En la actualidad, gran cantidad de compañías y grupos
teatrales ponen escena obras que llevan preparando durante mucho tiempo. Desde
tragedias, comedias o dramas clásicos hasta obras de reciente escritura y cuyos
autores tratan de manera elegante temas de actualidad.
El gusto por el teatro no se ha perdido, a pesar de las
trabas que se le ponen al aficionado de dicha disciplina. Pero ese no es el
tema que quiero tratar.
Cierto es que, si encontramos más inconvenientes que
ventajas a la hora de ir a ver una obra de teatro, nos resulta más sencillo y
cómodo quedarnos en casa a ver alguna película. Películas que ponen de forma
continua en televisión, en cualquiera de los canales que sintonizamos (que no
son pocos) sin necesidad de salir de casa, sin tener que pasar frío en invierno
hasta llegar al teatro, con el mando en las manos por si nos cansamos de lo que
vemos.
Cierto es también que el cine aporta una cantidad de efectos
especiales y sonoros que no tienen parangón en el teatro. Además, con las
modernas tecnologías puedes sentirte como un protagonista más de la película
solo con encender el Home Cinema.
Pero el teatro tiene algo que por mucho que avance la
tecnología y con ella la televisión nunca llegará a poseer. ENCANTO, el teatro
tiene encanto. El encanto del directo, el encanto del aliento del público
asistente, el encanto del juego de luces en cada momento, el encanto de los
traspuntes preparados para dar letra en el momento preciso, el encanto del regidor,
apunto siempre para dar lo que se
necesita en ese momento para salir a escena, el encanto de los nervios del
director por ver cómo ha quedado su montaje. Y por supuesto, el encanto y los
nervios de los actores. Esos actores que han estado ensayando durante meses
para que salga perfecta la puesta en escena. Unos actores que saben que no hay
“marcha atrás”, que saben que si se equivocan no podrán decir eso de “corten”.
Tendrán que sacar adelante la situación como puedan, con el arma de la
improvisación o tirando de “tablas” (quien las tenga). Unos actores que deben
hablar lo suficientemente alto para que los oiga toda la sala, auditorio o
teatro pero sin que parezca que están chillando. Actores que sienten la tensión
en el momento de la apertura del telón cual torero espera al toro de rodillas,
“a portagayola”. Tensión que se difumina y desaparece con el transcurso de la
obra y que da paso al disfrute, a la excitación al ver que todo eso que has
preparado durante tiempo está dando sus frutos (en el mejor de los casos) o a
la desilusión si no sale como estaba planeado. Pero no pasa nada, porque el
actor aprenderá de sus errores, lo seguirá
intentado y se esforzarás para dar lo mejor de sí mismo en la próxima
actuación. Eso es el gusto por el teatro.
Pues bien, el cine se sigue quedando corto cuando todo eso
lo hacen grupos de teatro amateur. Grupos formados por personas que tienen una
vida más allá de los escenarios. Madres
o padres de familia que salen de trabajar, preparan la cena y se van
disparados al ensayo dejando a sus niños en casa. Chicos y chicas que van desde
otras localidades donde trabajan o estudian para que se pueda llevar a cabo
dicho ensayo. Trabajadores que han madrugado para poder cumplir con su deber y
hacen un sobreesfuerzo por estar allí en ese momento. Personas que tienen que
anular los planes con familiares o amigos.
En definitiva, seres humanos que no viven de ello sino que
lo hacen por eso, POR AMOR AL ARTE.
Sin todo ese encanto, el teatro no sería teatro.
¡VIVA EL TEATRO! ¡VIVA EL TEATRO AMATEUR!
“Quienquiera que condene el teatro es un enemigo de su
país”. Voltaire.