El frío había llegado hasta el pequeño pueblo donde
vivían y diciembre estaba a punto de empezar. En el colegio, todos los niños y
niñas hablaban de lo que iban a hacer durante las vacaciones de Navidad, con
quién iban a pasar esos días, a dónde irían… Cada uno tenía unos planes con la
familia. Pero había dos niñas que llamaban la atención a los profesores por
encima del resto. Una era Elena, una niña a la que le gustaba captar la
atención de todos los demás, egoísta y muy, muy habladora. Todo el tiempo
presumía de que viajaría a muchos sitios, incluso la noche de fin de año la
pasaría en otro país de Europa. A los demás compañeros les llamaba mucho la
atención que no se comiera las uvas como los demás, en sus casas. Todos la
envidiaban por tener lo que quería.
Además, Elena escribía unas cartas a los Reyes Magos y a Papá Noel muy largas.
Pedía todo lo que se le pasaba por la cabeza, todo lo que veía en los catálogos
de juguetes y los últimos avances tecnológicos.
Incluso, cuando solo tenía 7 años, los Reyes Magos le trajeron un
ordenador portátil. Todos los compañeros y compañeras de clase deseaban ir a
jugar con ella. Lo que ella no sabía es que tan solo la querían porque tenía de
todo, pero no la querían por su forma de ser. Sin embargo, a Elena no le
importaba.
La otra
niña que llamaba la atención de los profesores era María: una niña callada, muy
educada, de una familia humilde y que tan solo había podido viajar al pueblo de
sus abuelos.
-
“María, ¿de verdad que nunca has viajado al
extranjero?, le preguntó Elena burlándose de ella.
-
“No, todavía no. Pero estoy segura de que
algún día podré visitar todos los países que quiero”, respondió María.
-
“Ya…claro”, replicó Elena con tono burlón.
Todos los demás compañeros
se rieron de María aunque, en realidad, ninguno de ellos había viajado nunca al
extranjero. Solamente se burlaban de María porque querían seguirle la corriente
a Elena. María agachaba la cabeza avergonzada. A ella no le gustaba ser el
centro de atención y mucho menos cuando era por algo así.
Una vez
que todos habían dicho lo que iban a hacer durante las vacaciones, comenzaron a
hablar de lo que iban a escribir ese año a los Reyes.
-
“Yo este año pediré el último modelo de
scalextric, el más grande, para que todos podamos ir a mi casa a jugar. Mi
madre nos hará una merienda para chuparse los dedos”, decía uno entre risas.
-
“Yo voy a pedir una Tablet para poder entrar
en internet todas las noches”, dijo otro.
-
“¿Solo eso? Yo pediré muchas más cosas y
estoy segura de que me las van a traer. Además, quiero que este año me traigan
el último modelo de teléfono móvil Iphone. Así nos podremos hacer selfies y os
las pasaré por whatsapp”, dijo Elena.
Todos los demás compañeros
la miraban pasmados, deseando que a ellos les trajeran lo mismo. Sin embargo,
María sentía vergüenza porque ni tan siquiera conocía cuál era ese móvil, ni
nunca había utilizado una Tablet.
Fueron pasando los días y la
emoción de todos aumentaba porque se acercaban las vacaciones. Elena cada día
sumaba una cosa a su lista de regalos que iba a pedir. Los demás seguían
embobados con ella. María, a la que siempre le había encantado la Navidad,
parecía haber perdido la ilusión. “Estoy deseando que lleguen las vacaciones
para dejar de oír a todos”, pensó en varias ocasiones.
Por fin llegó el momento de
despedirse hasta después de Navidad. Todos los niños se deseaban Feliz Navidad,
reían y saltaban de emoción. Nadie le dijo nada a María, tan solo su señorita,
que llevaba tiempo dándose cuenta de que le daban de lado.
-
“María
– dijo la seño – estoy segura de que vas a pasar unos días maravillosos y tus
papás te van a ayudar a hacer los deberes”.
María
comenzó a llorar. “¿Por qué lloras? ¿No te apetece que lleguen las
vacaciones?”, preguntó Rosa, que así se llamaba la seño.
-
“Sí, claro que quiero”, decía entre lágrimas.
“Pero cuando volvamos, todos mis compañeros van a hablar de los regalos que les
han traído los Reyes Magos y Papá Noel y yo siempre soy la que menos regalos
tiene. Además, se van a reír de mí”,
La señorita la miró con
ternura y, como si de una hija se tratase, le dijo:
-
“María, ¿sabes una cosa? Cuando yo era
pequeña, a mi casa solo venían los Reyes Magos y únicamente me dejaban un
regalo. Yo era la niña más feliz de todo el colegio”.
-
“¿Con un regalo solo?”
-
“Claro. ¿Y sabes por qué?”
-
“¿Por qué, seño?”
-
“Porque durante todas las vacaciones no me
despegaba de mis padres, de mis abuelos y de mi hermano. Jugábamos, hacíamos
mazapán, cantábamos villancicos y en las cenas de Nochebuena y Nochevieja nos
reíamos un montón. Mis abuelos no paraban de reír porque mi hermano y yo les
contábamos chistes. Y para mí, ese era el mejor regalo. Porque los juguetes,
los ordenadores o los móviles, con el tiempo, se hacen viejos o dejan de
gustarnos cuando nos hacemos mayores, pero los recuerdos son para siempre”.
-
“Muchas gracias, seño. Yo también hago muchas
cosas con mi familia, pero no me gusta que se rían de mí”, contestó María.
-
“No te preocupes, que si lo siguen haciendo,
haremos lo posible para que dejen de hacerlo”.
-
“Gracias seño. ¿Te puedo dar un abrazo?” - preguntó
María.
-
“Claro que sí”.
-
“Feliz Navidad”.
-
“Feliz Navidad para ti también, María. Y
recuerda: lo más importante es que disfrutes de tu familia y paséis estos días
juntos”.
Aquella Navidad había sido
muy especial. Había estado nevando casi todos los días y los niños y niñas jugaron
día tras día a hacer muñecos de nieve o a tirarse bolas. El día 6 de enero,
cuando amaneció, todas las calles estaban cubiertas por una gruesa capa de nieve.
Se preguntaban cómo era posible que los Reyes hubieran podido pasear toda la
noche por las calles sin haberse helado de frío. Ese día todos los niños y las
niñas lo habían dedicado a jugar y a divertirse con los regalos que tenían bajo
el árbol de Navidad.
A la mañana siguiente, nada
más llegar al cole, comenzaron a hablar de los regalos que habían tenido, unos
más y otros menos, pero todos habían recibido algo. Señal de que se habían
portado bien. María, con toda la ilusión del mundo, se puso a hablar delante de
todos:
-
“A mí este año me han traído justo lo que
pedí: un juego de cocina para poder ayudar a mis padres con las comidas
navideñas del año que viene. Durante el año voy a practicar para hacerlo
superbién”.
Desde una silla de la clase,
apartada del resto del grupo, estaba Elena. Estaba seria, pensativa, enfadada y
cabizbaja.
-
“¿Y solo con eso te conformas?”, preguntó
Elena a María con tono burlón. Los demás niños se quedaron perplejos, porque la
ilusión de María les había encantado.
-
“Sí, no me hace falta nada más”, contestó
María con ternura.
-
“¡Jajaja! ¿De verdad te vas a conformar solo
con eso? Ya os dije antes de las vacaciones todo lo que iba a pedir. Yo no me
conformo solo con eso”, dijo Elena nuevamente.
-
“Entonces, ¿por qué estás tan seria?”,
preguntó José Luis.
-
“Porque Papá Noel se olvidó de traerme el
nuevo Ipad y los Reyes me trajeron un teléfono móvil que no había pedido, pero
no el último modelo, el que yo quería. No entiendo cómo vosotros podéis estar
tan tranquilos”.
-
“Elena” – comenzó diciendo María – “yo me
conformo solo con eso porque sé que hay muchos niños en el mundo que ni
siquiera pueden tener ese juguete. Hay niños que no pueden comer turrones o no
pueden hacer una buena cena de Nochebuena y nunca han oído hablar de los
teléfonos móviles. Además, lo más importante no son los regalos. Yo prefiero
pasar unos días casa de mis abuelos, en su pueblo, cocinando con mi abuela,
mientras mi abuelo enciende la chimenea y adornamos la casa. Este año hicimos galletas de jengibre. Y los demás
días los paso con mis padres, cocinando, paseando o viendo una película”.
Todos los compañeros y
compañeras miraban a María alucinando por todas la cosas que había hecho.
Ahora, a la que tenían envidia de verdad, era a ella. Sin embargo, por Elena
sentían un poco de lástima, porque solo le interesaban los regalos.
María se
acordó de las palabras que le había dicho la seño antes de Navidad y siguió
hablando:
-
“Además Elena, llegará un día en que ese
móvil se romperá o dejará de funcionar y el siguiente que te compres también se
estropeará y se hará viejo. Yo prefiero estar con mi familia, porque los
juguetes se estropean, pero los recuerdos son para siempre”.
En ese momento, se acercó a
Elena y le dijo:
-
“Si tú quieres, esta tarde te vienes a mi
casa a jugar y hacemos algún postre o alguna comida especial y si tu madre te
deja, puedes cenar en mi casa. Seguro que a mi madre le parece muy buena idea”.
-
“¿De verdad?”, preguntó Elena con entusiasmo.
-
“Claro. Yo solo quiero que nos llevemos
bien”.
Desde aquel día, todos
aprendieron una gran lección: son más valiosos los recuerdos y el tiempo que
pasamos con la familia que todos los juegos y juguetes del mundo.