viernes, 21 de diciembre de 2018

CUENTO DE NAVIDAD

           El frío había llegado hasta el pequeño pueblo donde vivían y diciembre estaba a punto de empezar. En el colegio, todos los niños y niñas hablaban de lo que iban a hacer durante las vacaciones de Navidad, con quién iban a pasar esos días, a dónde irían… Cada uno tenía unos planes con la familia. Pero había dos niñas que llamaban la atención a los profesores por encima del resto. Una era Elena, una niña a la que le gustaba captar la atención de todos los demás, egoísta y muy, muy habladora. Todo el tiempo presumía de que viajaría a muchos sitios, incluso la noche de fin de año la pasaría en otro país de Europa. A los demás compañeros les llamaba mucho la atención que no se comiera las uvas como los demás, en sus casas. Todos la envidiaban por tener  lo que quería. Además, Elena escribía unas cartas a los Reyes Magos y a Papá Noel muy largas. Pedía todo lo que se le pasaba por la cabeza, todo lo que veía en los catálogos de juguetes y los últimos avances tecnológicos.  Incluso, cuando solo tenía 7 años, los Reyes Magos le trajeron un ordenador portátil. Todos los compañeros y compañeras de clase deseaban ir a jugar con ella. Lo que ella no sabía es que tan solo la querían porque tenía de todo, pero no la querían por su forma de ser. Sin embargo, a Elena no le importaba.
           La otra niña que llamaba la atención de los profesores era María: una niña callada, muy educada, de una familia humilde y que tan solo había podido viajar al pueblo de sus abuelos. 
-          “María, ¿de verdad que nunca has viajado al extranjero?, le preguntó Elena burlándose de ella.
-          “No, todavía no. Pero estoy segura de que algún día podré visitar todos los países que quiero”, respondió María.
-          “Ya…claro”, replicó Elena con tono burlón.
Todos los demás compañeros se rieron de María aunque, en realidad, ninguno de ellos había viajado nunca al extranjero. Solamente se burlaban de María porque querían seguirle la corriente a Elena. María agachaba la cabeza avergonzada. A ella no le gustaba ser el centro de atención y mucho menos cuando era por algo así.
            Una vez que todos habían dicho lo que iban a hacer durante las vacaciones, comenzaron a hablar de lo que iban a escribir ese año a los Reyes.
-          “Yo este año pediré el último modelo de scalextric, el más grande, para que todos podamos ir a mi casa a jugar. Mi madre nos hará una merienda para chuparse los dedos”, decía uno entre risas.
-          “Yo voy a pedir una Tablet para poder entrar en internet todas las noches”, dijo otro.
-          “¿Solo eso? Yo pediré muchas más cosas y estoy segura de que me las van a traer. Además, quiero que este año me traigan el último modelo de teléfono móvil Iphone. Así nos podremos hacer selfies y os las pasaré por whatsapp”, dijo Elena.
Todos los demás compañeros la miraban pasmados, deseando que a ellos les trajeran lo mismo. Sin embargo, María sentía vergüenza porque ni tan siquiera conocía cuál era ese móvil, ni nunca había utilizado una Tablet.
Fueron pasando los días y la emoción de todos aumentaba porque se acercaban las vacaciones. Elena cada día sumaba una cosa a su lista de regalos que iba a pedir. Los demás seguían embobados con ella. María, a la que siempre le había encantado la Navidad, parecía haber perdido la ilusión. “Estoy deseando que lleguen las vacaciones para dejar de oír a todos”, pensó en varias ocasiones. 
Por fin llegó el momento de despedirse hasta después de Navidad. Todos los niños se deseaban Feliz Navidad, reían y saltaban de emoción. Nadie le dijo nada a María, tan solo su señorita, que llevaba tiempo dándose cuenta de que le daban de lado.
-           “María – dijo la seño – estoy segura de que vas a pasar unos días maravillosos y tus papás te van a ayudar a hacer los deberes”.
María comenzó a llorar. “¿Por qué lloras? ¿No te apetece que lleguen las vacaciones?”, preguntó Rosa, que así se llamaba la seño.
-          “Sí, claro que quiero”, decía entre lágrimas. “Pero cuando volvamos, todos mis compañeros van a hablar de los regalos que les han traído los Reyes Magos y Papá Noel y yo siempre soy la que menos regalos tiene. Además, se van a reír de mí”,
La señorita la miró con ternura y, como si de una hija se tratase, le dijo:
-          “María, ¿sabes una cosa? Cuando yo era pequeña, a mi casa solo venían los Reyes Magos y únicamente me dejaban un regalo. Yo era la niña más feliz de todo el colegio”.
-          “¿Con un regalo solo?”
-          “Claro. ¿Y sabes por qué?”
-          “¿Por qué, seño?”
-          “Porque durante todas las vacaciones no me despegaba de mis padres, de mis abuelos y de mi hermano. Jugábamos, hacíamos mazapán, cantábamos villancicos y en las cenas de Nochebuena y Nochevieja nos reíamos un montón. Mis abuelos no paraban de reír porque mi hermano y yo les contábamos chistes. Y para mí, ese era el mejor regalo. Porque los juguetes, los ordenadores o los móviles, con el tiempo, se hacen viejos o dejan de gustarnos cuando nos hacemos mayores, pero los recuerdos son para siempre”.
-          “Muchas gracias, seño. Yo también hago muchas cosas con mi familia, pero no me gusta que se rían de mí”, contestó María.
-          “No te preocupes, que si lo siguen haciendo, haremos lo posible para que dejen de hacerlo”.
-          “Gracias seño. ¿Te puedo dar un abrazo?” - preguntó María.
-          “Claro que sí”.
-          “Feliz Navidad”.
-          “Feliz Navidad para ti también, María. Y recuerda: lo más importante es que disfrutes de tu familia y paséis estos días juntos”.
Aquella Navidad había sido muy especial. Había estado nevando casi todos los días y los niños y niñas jugaron día tras día a hacer muñecos de nieve o a tirarse bolas. El día 6 de enero, cuando amaneció, todas las calles estaban cubiertas por una gruesa capa de nieve. Se preguntaban cómo era posible que los Reyes hubieran podido pasear toda la noche por las calles sin haberse helado de frío. Ese día todos los niños y las niñas lo habían dedicado a jugar y a divertirse con los regalos que tenían bajo el árbol de Navidad.
A la mañana siguiente, nada más llegar al cole, comenzaron a hablar de los regalos que habían tenido, unos más y otros menos, pero todos habían recibido algo. Señal de que se habían portado bien. María, con toda la ilusión del mundo, se puso a hablar delante de todos:
-          “A mí este año me han traído justo lo que pedí: un juego de cocina para poder ayudar a mis padres con las comidas navideñas del año que viene. Durante el año voy a practicar para hacerlo superbién”.
Desde una silla de la clase, apartada del resto del grupo, estaba Elena. Estaba seria, pensativa, enfadada y cabizbaja.
-          “¿Y solo con eso te conformas?”, preguntó Elena a María con tono burlón. Los demás niños se quedaron perplejos, porque la ilusión de María les había encantado.
-          “Sí, no me hace falta nada más”, contestó María con ternura.
-          “¡Jajaja! ¿De verdad te vas a conformar solo con eso? Ya os dije antes de las vacaciones todo lo que iba a pedir. Yo no me conformo solo con eso”, dijo Elena nuevamente.
-          “Entonces, ¿por qué estás tan seria?”, preguntó José Luis.
-          “Porque Papá Noel se olvidó de traerme el nuevo Ipad y los Reyes me trajeron un teléfono móvil que no había pedido, pero no el último modelo, el que yo quería. No entiendo cómo vosotros podéis estar tan tranquilos”.
-          “Elena” – comenzó diciendo María – “yo me conformo solo con eso porque sé que hay muchos niños en el mundo que ni siquiera pueden tener ese juguete. Hay niños que no pueden comer turrones o no pueden hacer una buena cena de Nochebuena y nunca han oído hablar de los teléfonos móviles. Además, lo más importante no son los regalos. Yo prefiero pasar unos días casa de mis abuelos, en su pueblo, cocinando con mi abuela, mientras mi abuelo enciende la chimenea y adornamos la casa. Este año  hicimos galletas de jengibre. Y los demás días los paso con mis padres, cocinando, paseando o viendo una película”.
Todos los compañeros y compañeras miraban a María alucinando por todas la cosas que había hecho. Ahora, a la que tenían envidia de verdad, era a ella. Sin embargo, por Elena sentían un poco de lástima, porque solo le interesaban los regalos.
            María se acordó de las palabras que le había dicho la seño antes de Navidad y siguió hablando:
-          “Además Elena, llegará un día en que ese móvil se romperá o dejará de funcionar y el siguiente que te compres también se estropeará y se hará viejo. Yo prefiero estar con mi familia, porque los juguetes se estropean, pero los recuerdos son para siempre”.
En ese momento, se acercó a Elena y le dijo:
-          “Si tú quieres, esta tarde te vienes a mi casa a jugar y hacemos algún postre o alguna comida especial y si tu madre te deja, puedes cenar en mi casa. Seguro que a mi madre le parece muy buena idea”.
-          “¿De verdad?”, preguntó Elena con entusiasmo.
-          “Claro. Yo solo quiero que nos llevemos bien”.
Desde aquel día, todos aprendieron una gran lección: son más valiosos los recuerdos y el tiempo que pasamos con la familia que todos los juegos y juguetes del mundo.
 

jueves, 6 de diciembre de 2018

COMPRAR EN FESTIVO: CLIENTES O JEFES SIN MIRAMIENTO.

¿De quién es la culpa? ¿De quién es la culpa de que tú estés trabajando el día 6 de diciembre o el día 8 hasta las tantas y al día siguiente te toque ponerte a currar otra vez como si no hubiera pasado nada? ¿De quién es la culpa de que llegues a tu casa el día 24 de diciembre con el pavo sobre la mesa o lo que sea que ese día cenes? ¿De quién es la culpa de que el día 31 no te comas las uvas en el negocio en el que trabajas de puro milagro? En el negocio en el que trabajas, porque dudo que sea tuyo.
                Puede haber varios culpables: o los clientes o tu(s) jefe(s).
                Vamos por partes:
                Supongamos que la culpa es de los clientes, esos seres creados por la sociedad de consumo, programados para comprar lo que les hace falta y lo que no (entre los cuales me incluyo, pero con matices con respecto al resto). Los clientes son el The Walking Dead de las Navidades (de las rebajas, del Black Friday o de cualquier promoción). Vale, la culpa es suya. Si tu negocio cierra un día señalado en el calendario, es posible que, al día siguiente, cuando abráis las puertas, haya alguno que os ayude a subir la persiana para poder empezar a comprar unos segundos antes. “Yo es que trabajo y no he podido venir otro día más que hoy” (que es festivo, debería añadir). Estupendo. El día tiene 24 horas, las tiendas permanecen unas 12 horas abiertas al público. Amigo mío, si no has podido ir antes porque estabas trabajando, te están explotando en tu trabajo. Tal vez sea una tienda. Un cliente, mientras vea una puerta abierta, va a ir a comprar. ¿Está bien? Claro que no. Los que trabajan dentro son personas, con su vida, su familia, sus necesidades y sus quehaceres fuera de la tienda. ¿Justifica la apertura en festivo para ir a comprar? No. Pero, hay alguien a quien le viene  muy bien que las persianas estén abiertas: los jefes de esos negocios.
                Vamos ahora con estos seres “fantásticos”: los jefes. “Mi jefe me paga las horas que hago en festivo”. Claro, porque las has trabajado y ese dinero es tuyo. Faltaría más. ¿Has probado a decirle a tu jefe que ese día no vas a trabajar porque tienes planes fuera de la tienda? Te dirán que tienes que avisar con “X” días de antelación, para planificar a la plantilla. Prueba un día. Según la cara que ponga sabrás si al día siguiente podrás volver a tu puesto o quizás él/ella considere que estás mejor en tu casa. Pero, además, ¿sabías que te corresponden determinadas horas de descanso al cabo de la semana? Pregunta por ellas. Haz como los clientes con las promociones: no las dejes escapar.
Las grandes empresas no van a perder dinero por cerrar un domingo de diciembre. El año es muy largo y, no te preocupes que, lo compensarán por otro lado. Los contratos no te hacen esclavo de tus jefes o dueños de la empresa. Son dueños de la empresa, no tuyos. Querido/a dependiente, probablemente durante estos días no te vayan a dar las gracias, ni las esperes, pero no desesperes. Si tú te paras, el negocio se para. Eres importante. Que no te compren con un “esto lo vas a cobrar”. Como te he dicho, lo vas a cobrar porque es tuyo, no porque te lo estén regalando.
Cuando digo jefe, me refiero a jefe/a. Cuando digo jefe/a no me refiero a tu inmediatamente superior, que está contigo codo con codo en la tienda, día a día. No. Me refiero a ese que hay más arriba o más arriba todavía. Deja de mirarlo por debajo del hombro, míralo con naturalidad, porque se alimentan del miedo del empleado, porque la falta de seguridad es un motivo para mandarte a casa. No dudes. Es una persona, no es un ser superior, no es Dios.
No tengas miedo. Educación, humildad y esfuerzo. Pero si alguna vez te “niegas” a hacer algo en días que para ti son importantes, no tiene porqué pasar nada. Da lo máximo los restantes días, que comprueben que tú vales. Y si vales, pero no te aprecian, tranquilo/a. Eso es que no eras para ellos, porque solo eres para ti, tu verdadero dueño.
“Ya, pero tú no tienes que verle la cara cada semana y pensar que te pueden despedir”. Si hablo de esto es porque precisamente lo he vivido. Yo no voy a ser el que este año, en la Noche de Reyes, me quede en una tienda poniendo rebajas hasta las 2, las 3 o las 4 (sí, las 4) de la mañana. No lo voy a hacer este año, pero lo he hecho, mientras mi novia o mis padres me esperaban en casa, en la casa de alquiler que tenía a 420km de la mía, sin poder hacer ningún plan con ellos, sin poder ver la Cabalgata, cenar por ahí o tomarme una copa con ellos. ¿A tanta distancia? A tanta distancia. ¿Por qué? Por un “gracias” no, desde luego. Si no te quieren ahí por querer vivir, es que no era tu sitio.
Trabaja para vivir, no vivas para trabajar.
Si tú te paras, el negocio se para.
Tu único dueño eres tú.
Los domingos y festivos para la familia.
 
En definitiva, si no compramos no se abre. Si no se abre no compramos. Pero, si los propietarios tuvieran escrúpulos, respeto por los trabajadores y empatía por ellos, la pescadilla dejaría de morderse la cola.

martes, 6 de noviembre de 2018

El orgullo patrio

En 1991 Martes y Trece emitió un sketch hoy impensable: Josema Yuste hacía de  presentadora, mientras que Millán Salcedo interpretaba a una mujer maltratada. “Mi marido me pega, mi marido me pega. Ayyyy, mi marido me pega”. Humor, pero humor que hoy no tendría cabida en nuestras cabezas porque tenemos la piel muy fina. Dos actores que interpretaban un papel, sin más vuelta de hoja. Dudo que sean maltratadores mientras no se demuestre lo contrario. Simplemente trataban de hacer sátira con una lacra que en esos años ya empezaba a estar “de moda” y, de paso, divertir a los espectadores. A unos les gustaría y a otros no. Eso tiene el humor, no puede convencer a todos.
                Hace unos días, Dani Mateo, en otro sketch de humor (HUMOR), se sonó los mocos con la bandera patria, la bandera española, la de todos. Y se ha montado la de Dios, la de San Quintín, una de “no te menees”. Porque por la Patria, todo, por la Patria se ha matado, por la Patria, la propia Patria fue dividida. Con la Patria no se puede hacer humor. Humor con lo que nos gusta, lo que nos agrada y lo que no atenta contra nuestras ideas y sentimientos. Si fuéramos indios americanos, nos llamarían “Los pieles fina”. El orgullo del país de la piel de toro, nada más patrio que eso. Una piel desgastada, cada vez más sensible, transparente al trasluz.
                Humor con la patria no, eso es antipatriota, terrorista cuanto menos. Humor no porque no está al alcance de todos. Humor sí, pero solo “sí” cuando es acosta o en contra de otros. En contra de lo nuestro, ni pensarlo. Humor no. Humor contra lo que consideramos patrio, ni mucho menos. No hay nada más antiespañol que reírse, que “humillar” la bandera y lo que ella representa. Ahora bien, robar, saquear, llevárselo a manos llenas, defraudar, mentir, engañar, eso sí. Eso sí. ¿Y eso es patrio? Claro que no. La diferencia es muy sencilla:
Nos molestan que nos toquen la bandera, los colores, el orgullo de postureo, el orgullo de mocasines y jersey al cuello, pero no nos molesta que nos roben porque lo hacen desde el cariño y el afecto a España. Defraudar es el segundo deporte español. El primero es el fútbol. El baloncesto está mucho más abajo en la clasificación, aunque a veces nos cuelan unos triples que no sabemos por dónde nos vienen. No nos molesta porque lo hacen ondeando la Rojigualda desde los balcones, en la muñeca en forma de pulsera, en el ribete de la camisa y bajo el grito de “Viva España”. ¿Cómo nos va a molestar eso?
                Porque si no llevas uno de esos símbolos no eres tan español como el que sí que lo hace. Porque si no lo expresas, no eres uno más. Porque, o estás conmigo o estás contra mí. Y así nos ha ido históricamente. Porque el suelo por el que pisa un patriota de pro, con su bandera, se revaloriza. Pero el amor a un país no se demuestra así. Si tanto amas a tu tierra, ámala de verdad. Detesta todo tipo de violencia, de desahucios a iguales, apoya a los desfavorecidos. Y los iguales no solo son los patriotas, los de fuera también. “Primero los de aquí”. Bueno, entonces, al menos ayuda a los necesitados con la sangre del Cid Campeador.
   
                 P.d.: con la resolución del Tribunal Supremo sobre el pago de las hipotecas, no es que se haya sonado los mocos con la bandera, es que se ha limpiado el culo con ella. Y ahora, ¿dónde está el patriotismo?
 
“Nunca se tendrá un mundo tranquilo hasta que se extirpe el patriotismo en la raza humana”. George Bernard Shaw (1856-1950) Escritor irlandés.
“Patriotismo es tu convencimiento de que este país es superior a todos los demás porque tú naciste en él”. George Bernard Shaw.
“El patriotismo es el huevo de donde nacen las guerras”. Guy de Maupassant. (1850-1893) Escritor francés.

lunes, 29 de enero de 2018

Cosas que he aprendido trabajando cara al público


Han pasado casi 5 años desde que empecé a trabajar de cara al público, atendiendo, vendiendo moda deportiva en una empresa, a nivel nacional, que se dedica a ello. Durante todo este tiempo he aprendido muchas cosas en cada una de las ciudades en las que he trabajado. Al poco de empezar, en Cuenca, me di cuenta de que no todos llamamos a las cosas por el mismo nombre.  Un hombre, venía buscando unas zapatillas para su hijo. Yo, al escuchar que eran para niño le pregunté: “¿las quería con velcro o con trencillas?”. Ese hombre me miró extrañado y debió pensar que le estaba ofreciendo un árbitro de fútbol, también llamados trencillas. Rápidamente rectifiqué y le ofrecí la zapatilla con “cordones”, que es como se conocen en toda España. Trencilla lo seguiré utilizando en Utiel.

Al tiempo, en Valladolid, también aprendí que allí las zapatillas, cuando son pequeñas no rozan. No, allí “mancan”. “Sácame un número más que éste me manca”. La primera vez que lo escuché yo miré a esa persona y vi que tenía los dos brazos. No entendía lo de “manca”. Un buen amigo me lo explicó cuando se lo conté. Incluso allí aprendí la gran diferencia entre ser leísta y laísta, así como lo raro que suena escuchar el artículo “lo” o “le” cuando tú, en esa situación, usarías “la”. “Te la dejo aquí”. Sin embargo, en Pucela se dice “te lo quedo aquí”. Raro, pero ni mejor ni peor, simplemente diferente.

Meses más tarde, trabajando ya en Cataluña, donde he pasado casi mis últimos tres años, seguí aprendiendo. A pesar de la cercanía geográfica, el catalán tiene muchas diferencias con el valenciano. Unos dirán que es la misma lengua, pero que le valenciano es un dialecto del catalán, otros que tienen orígenes diferentes... La cuestión es que, para los que lo conocemos pero usamos poco, puede suponer un gran lío y a veces hay que salir del paso como uno puede.

 –“Estic buscant unes malles per córrer”.

–“Les volia llargues o mitja perna?” Ahí fue cuando pensé: TIERRA TRÁGAME. ¿PERNA? Per favor, agafa la CAMA i demà serà un altre dia.

He trabajado en tres comunidades diferentes y en las tres he conocido formas distintas de nombrar al calzado deportivo: tenis, deportivas, playeras o bambas. Incluso hay gente rara que las llama zapatillas. Yo siempre seré de zapatillas con trencillas.

A pesar de estas diferencias en función de la comunidad donde nos encontremos, hay factores y comportamientos que son comunes a todos los españoles. En todas las comunidades pasa lo mismo. Y estoy seguro de que si hubiera trabajado en una cuarta o, incluso, en una quinta comunidad, hubiera notado estas semejanzas. Y en muchas de ellas, los clientes, entre los cuales me incluyo, no salimos bien parados.

-          “Todavía hay tiempo”.  Día 24 de diciembre, da igual el año. Los comercios ese día cierran antes. ¿Por qué? Porque aunque no lo creas, la gente que trabaja en un comercio no habita allí. No. Tiene una familia. Algunos incluso viven a cientos de kilómetros y están esperando bajar la persiana para coger la carretera y reunirse con los suyos después de varias horas conduciendo. ¿De verdad no has tenido tiempo de ir a hacer las compras navideñas antes? ¿De verdad tienes que esperar hasta el último día, a última hora, para comprar ese regalo que te falta? El Corte Inglés anuncia la Navidad desde octubre, en los supermercados venden turrón desde mitad del trimestre (a algunos se les junta con los helados). No se preocupe, señor o señora, las tiendas aguantan hasta que usted compre.

-          “Falta de empatía”. Ésta está muy relacionada con la anterior pero, si cabe, es más grave y enfada más al personal de tienda. Hay clientes que saben perfectamente cómo sacar de sus casillas a cualquiera. Da igual que en la tienda en cuestión la persiana esté medio bajada, síntoma de que ha llegado la hora, estás cerrando y te quieres ir a tu casa. Con los tuyos o solo, pero a tu casa, que ya está bien por hoy. Pues da igual. Si ellos llevan algo en mente, ¿por qué esperar a mañana? El hilo musical está apagado, las luces en modo “salir” y tú aguantando como puedes mientras ese señor, señora, familia, pareja o quien sea, está mirando ese producto sin el cual no puede vivir. Porque no pueden esperar a mañana. Tiene que ser ahora. Lo quiero y lo quiero ya.

“Es que no he podido venir antes”. Hemos tenido las puertas abiertas durante 12 horas ininterrumpidamente. ¿Has trabajado 12 horas? Si es así te están explotando. ¿Vienes de tu casa? El rato de la siesta no te lo han quitado, estoy seguro. Pero no te preocupes, aquí se aguanta para que tú te mires esa camiseta que te hace tanta falta.

-          “Corre, que se acaba”. ¿De verdad tienes tanta necesidad de ir a comprar un domingo? ¿No puedes pasar ni 24 horas sin comprar? Si se trata de comida, ¿tienes la nevera y la despensa tan vacías como para no aguantar hasta el lunes? Si se trata de ropa o calzado, ¿en serio no vas a poder pasar sin probarte esa prenda que tanto te gusta? “Si vengo mañana quizá se haya acabado”. No te preocupes, tengo 50 más como esa. Pero lo peor es que, si se abrieran los comercios todos los domingos iríamos a comprar. Antes he dicho que trabajé en Valladolid. Allí estuve un año. Pues hubo una cosa que me encantó. Cada negocio local del centro tenía un cartel colgado en su escaparate que decía: “los domingos son para la familia”. Punto final. Ni clientes, ni dependientes. Todos a casa.

-          “Es tuyo, edúcalo”. En todo este tiempo me he dado cuenta de que no hay niños maleducados, sino padres permisivos. Es cierto que sí que hay niños maleducados, pero porque desde casa salen así. En multitud de ocasiones me he encontrado con la misma respuesta ante la siguiente situación: un niño dando pelotazos con un balón en cualquier parte de la tienda. Entonces tú, por política de empresa y por deferencia  y respeto hacia otros clientes, te acercas, con todo el cuidado del Mundo, con toda la educación que te han enseñado para que ni padres, ni niños se sientan ofendidos y les dices: “perdona campeón, que aquí no se puede jugar así. Es una tienda”. Entonces ahí, si el padre está peor educado que el hijo, te pueden llegar a decir: “que sea la última vez que te diriges a mi hijo” (esto no lo pondría si no me hubiera pasado). Pero, en el mejor de los casos, el padre/madre te dice: “eso, dile tú que no se puede jugar que a mí no me hace caso”. ¿Perdón? ¿Me estás diciendo que le riña a tu hijo que a ti no te hace caso? Es tu hijo. Yo lo voy a soportar el rato que estés en la tienda, pero tú te lo vas a llevar a tu casa. Allá tú con la fiera que estés criando.

-           “Disculpe, no está solo”. Da igual cuando hayas llegado, da igual la gente que haya delante de ti, da igual que veas que todos los empleados están ocupados. Tú has venido a por algo y lo vas a conseguir. Y además lo vas a conseguir ya. Pues va a ser que no. Se saca más lamiendo que mordiendo y, perdonadme pero, si un cliente viene exigiendo, con mal tono y maleducado, lo vamos a atender, claro. Pero cuando hayamos atendido a la persona que nos está dando las gracias por cada modelo que le enseñamos.

-          “Estoy perdiendo aquí mi tiempo”. Esto es una continuación del punto anterior. Ya has conseguido las zapatillas, el chándal o la camiseta que querías y ahora toca pagar. Claro. Lo normal es que vengas en plena Navidad o en plenas Rebajas o incluso un sábado “normal” en hora punta y la tienda esté vacía. Solamente esperabas estar tú y todos los dependientes a tu servicio. Pues vuelve a ser que no. Tú pensabas que ibas a estar solo en la tienda y no ibas a hacer cola para pagar. Tú vas a hacer cola como los demás, porque nadie va a dejar que te cueles por tu cara bonita y si tú estás perdiendo tu tiempo, nosotros estamos trabajando. Y, como ves, no hay nadie con los brazos cruzados.  Además, si puede ser, esa actitud te la dejas fuera porque corre como la pólvora entre los demás,  es contagiosa, es el ébola de la educación.

Y ante todas esas situaciones, de la mejor manera que puedes responder es con tu paciencia y mejor sonrisa. No solo porque estás trabajando, sino porque tú sí que has ido allí con la educación por delante. Pero no iba a ser todo malo. Todavía sigue quedando un pequeño halo de luz en toda esa mala educación, en todas esas actitudes. Y sigue habiendo gente que, por supuesto, no se comporta como una cabra en un garaje y sabe estar ante cualquier situación. A todos ellos, gracias.

-          “Ante todo, generosidad”. Cuando se trata de regalar, sobre todo en Navidad, no nos importa tanto el precio. Queremos que nuestro regalo sea bueno y darle a los nuestros lo que se merecen. El sueldo es el mismo, quizá te tengas que apretar el cinturón porque vienen comidas, cenas, regalos y más regalos. Sin embargo, cuando llegan esas fechas, la gente no mira tanto el importe. Un abuelo que quiere que su nieto mantenga la magia de las fechas, un novio/a que regala por primera vez a su pareja, un hijo/a que quiere darle a sus padres lo que se merecen. Chapeau por vosotros.

-          “Quiero que vuelvas pronto”. Sí, hay clientes que salen por la puerta y piensas: “espero que vuelvas pronto”. Ese cliente que desde que entra da los buenos días o las buenas tardes, que se muestra agradecido antes cualquier signo de atención hacia él, que incluso te da una conversación y te hace ver que es educado. Y que al salir, se despide con un “gracias” espontáneo o incluso que te felicita por tu educación y atención.  Más gente como ustedes, por favor.
       Es cierto que no todos somos iguales y que, incluso en un momento en que estemos enfadados, podemos pagarlo con quien menos lo merezca, pero sí que es cierto que estos comportamientos son muy repetidos, día a día. Cuesta muy poco un “por favor” y un “gracias”. Hoy por ti, mañana por mí. Ah, y si no es mucho pedir, acordaos de sonreír. Siempre viene bien y es gratis.