viernes, 21 de diciembre de 2018

CUENTO DE NAVIDAD

           El frío había llegado hasta el pequeño pueblo donde vivían y diciembre estaba a punto de empezar. En el colegio, todos los niños y niñas hablaban de lo que iban a hacer durante las vacaciones de Navidad, con quién iban a pasar esos días, a dónde irían… Cada uno tenía unos planes con la familia. Pero había dos niñas que llamaban la atención a los profesores por encima del resto. Una era Elena, una niña a la que le gustaba captar la atención de todos los demás, egoísta y muy, muy habladora. Todo el tiempo presumía de que viajaría a muchos sitios, incluso la noche de fin de año la pasaría en otro país de Europa. A los demás compañeros les llamaba mucho la atención que no se comiera las uvas como los demás, en sus casas. Todos la envidiaban por tener  lo que quería. Además, Elena escribía unas cartas a los Reyes Magos y a Papá Noel muy largas. Pedía todo lo que se le pasaba por la cabeza, todo lo que veía en los catálogos de juguetes y los últimos avances tecnológicos.  Incluso, cuando solo tenía 7 años, los Reyes Magos le trajeron un ordenador portátil. Todos los compañeros y compañeras de clase deseaban ir a jugar con ella. Lo que ella no sabía es que tan solo la querían porque tenía de todo, pero no la querían por su forma de ser. Sin embargo, a Elena no le importaba.
           La otra niña que llamaba la atención de los profesores era María: una niña callada, muy educada, de una familia humilde y que tan solo había podido viajar al pueblo de sus abuelos. 
-          “María, ¿de verdad que nunca has viajado al extranjero?, le preguntó Elena burlándose de ella.
-          “No, todavía no. Pero estoy segura de que algún día podré visitar todos los países que quiero”, respondió María.
-          “Ya…claro”, replicó Elena con tono burlón.
Todos los demás compañeros se rieron de María aunque, en realidad, ninguno de ellos había viajado nunca al extranjero. Solamente se burlaban de María porque querían seguirle la corriente a Elena. María agachaba la cabeza avergonzada. A ella no le gustaba ser el centro de atención y mucho menos cuando era por algo así.
            Una vez que todos habían dicho lo que iban a hacer durante las vacaciones, comenzaron a hablar de lo que iban a escribir ese año a los Reyes.
-          “Yo este año pediré el último modelo de scalextric, el más grande, para que todos podamos ir a mi casa a jugar. Mi madre nos hará una merienda para chuparse los dedos”, decía uno entre risas.
-          “Yo voy a pedir una Tablet para poder entrar en internet todas las noches”, dijo otro.
-          “¿Solo eso? Yo pediré muchas más cosas y estoy segura de que me las van a traer. Además, quiero que este año me traigan el último modelo de teléfono móvil Iphone. Así nos podremos hacer selfies y os las pasaré por whatsapp”, dijo Elena.
Todos los demás compañeros la miraban pasmados, deseando que a ellos les trajeran lo mismo. Sin embargo, María sentía vergüenza porque ni tan siquiera conocía cuál era ese móvil, ni nunca había utilizado una Tablet.
Fueron pasando los días y la emoción de todos aumentaba porque se acercaban las vacaciones. Elena cada día sumaba una cosa a su lista de regalos que iba a pedir. Los demás seguían embobados con ella. María, a la que siempre le había encantado la Navidad, parecía haber perdido la ilusión. “Estoy deseando que lleguen las vacaciones para dejar de oír a todos”, pensó en varias ocasiones. 
Por fin llegó el momento de despedirse hasta después de Navidad. Todos los niños se deseaban Feliz Navidad, reían y saltaban de emoción. Nadie le dijo nada a María, tan solo su señorita, que llevaba tiempo dándose cuenta de que le daban de lado.
-           “María – dijo la seño – estoy segura de que vas a pasar unos días maravillosos y tus papás te van a ayudar a hacer los deberes”.
María comenzó a llorar. “¿Por qué lloras? ¿No te apetece que lleguen las vacaciones?”, preguntó Rosa, que así se llamaba la seño.
-          “Sí, claro que quiero”, decía entre lágrimas. “Pero cuando volvamos, todos mis compañeros van a hablar de los regalos que les han traído los Reyes Magos y Papá Noel y yo siempre soy la que menos regalos tiene. Además, se van a reír de mí”,
La señorita la miró con ternura y, como si de una hija se tratase, le dijo:
-          “María, ¿sabes una cosa? Cuando yo era pequeña, a mi casa solo venían los Reyes Magos y únicamente me dejaban un regalo. Yo era la niña más feliz de todo el colegio”.
-          “¿Con un regalo solo?”
-          “Claro. ¿Y sabes por qué?”
-          “¿Por qué, seño?”
-          “Porque durante todas las vacaciones no me despegaba de mis padres, de mis abuelos y de mi hermano. Jugábamos, hacíamos mazapán, cantábamos villancicos y en las cenas de Nochebuena y Nochevieja nos reíamos un montón. Mis abuelos no paraban de reír porque mi hermano y yo les contábamos chistes. Y para mí, ese era el mejor regalo. Porque los juguetes, los ordenadores o los móviles, con el tiempo, se hacen viejos o dejan de gustarnos cuando nos hacemos mayores, pero los recuerdos son para siempre”.
-          “Muchas gracias, seño. Yo también hago muchas cosas con mi familia, pero no me gusta que se rían de mí”, contestó María.
-          “No te preocupes, que si lo siguen haciendo, haremos lo posible para que dejen de hacerlo”.
-          “Gracias seño. ¿Te puedo dar un abrazo?” - preguntó María.
-          “Claro que sí”.
-          “Feliz Navidad”.
-          “Feliz Navidad para ti también, María. Y recuerda: lo más importante es que disfrutes de tu familia y paséis estos días juntos”.
Aquella Navidad había sido muy especial. Había estado nevando casi todos los días y los niños y niñas jugaron día tras día a hacer muñecos de nieve o a tirarse bolas. El día 6 de enero, cuando amaneció, todas las calles estaban cubiertas por una gruesa capa de nieve. Se preguntaban cómo era posible que los Reyes hubieran podido pasear toda la noche por las calles sin haberse helado de frío. Ese día todos los niños y las niñas lo habían dedicado a jugar y a divertirse con los regalos que tenían bajo el árbol de Navidad.
A la mañana siguiente, nada más llegar al cole, comenzaron a hablar de los regalos que habían tenido, unos más y otros menos, pero todos habían recibido algo. Señal de que se habían portado bien. María, con toda la ilusión del mundo, se puso a hablar delante de todos:
-          “A mí este año me han traído justo lo que pedí: un juego de cocina para poder ayudar a mis padres con las comidas navideñas del año que viene. Durante el año voy a practicar para hacerlo superbién”.
Desde una silla de la clase, apartada del resto del grupo, estaba Elena. Estaba seria, pensativa, enfadada y cabizbaja.
-          “¿Y solo con eso te conformas?”, preguntó Elena a María con tono burlón. Los demás niños se quedaron perplejos, porque la ilusión de María les había encantado.
-          “Sí, no me hace falta nada más”, contestó María con ternura.
-          “¡Jajaja! ¿De verdad te vas a conformar solo con eso? Ya os dije antes de las vacaciones todo lo que iba a pedir. Yo no me conformo solo con eso”, dijo Elena nuevamente.
-          “Entonces, ¿por qué estás tan seria?”, preguntó José Luis.
-          “Porque Papá Noel se olvidó de traerme el nuevo Ipad y los Reyes me trajeron un teléfono móvil que no había pedido, pero no el último modelo, el que yo quería. No entiendo cómo vosotros podéis estar tan tranquilos”.
-          “Elena” – comenzó diciendo María – “yo me conformo solo con eso porque sé que hay muchos niños en el mundo que ni siquiera pueden tener ese juguete. Hay niños que no pueden comer turrones o no pueden hacer una buena cena de Nochebuena y nunca han oído hablar de los teléfonos móviles. Además, lo más importante no son los regalos. Yo prefiero pasar unos días casa de mis abuelos, en su pueblo, cocinando con mi abuela, mientras mi abuelo enciende la chimenea y adornamos la casa. Este año  hicimos galletas de jengibre. Y los demás días los paso con mis padres, cocinando, paseando o viendo una película”.
Todos los compañeros y compañeras miraban a María alucinando por todas la cosas que había hecho. Ahora, a la que tenían envidia de verdad, era a ella. Sin embargo, por Elena sentían un poco de lástima, porque solo le interesaban los regalos.
            María se acordó de las palabras que le había dicho la seño antes de Navidad y siguió hablando:
-          “Además Elena, llegará un día en que ese móvil se romperá o dejará de funcionar y el siguiente que te compres también se estropeará y se hará viejo. Yo prefiero estar con mi familia, porque los juguetes se estropean, pero los recuerdos son para siempre”.
En ese momento, se acercó a Elena y le dijo:
-          “Si tú quieres, esta tarde te vienes a mi casa a jugar y hacemos algún postre o alguna comida especial y si tu madre te deja, puedes cenar en mi casa. Seguro que a mi madre le parece muy buena idea”.
-          “¿De verdad?”, preguntó Elena con entusiasmo.
-          “Claro. Yo solo quiero que nos llevemos bien”.
Desde aquel día, todos aprendieron una gran lección: son más valiosos los recuerdos y el tiempo que pasamos con la familia que todos los juegos y juguetes del mundo.
 

jueves, 6 de diciembre de 2018

COMPRAR EN FESTIVO: CLIENTES O JEFES SIN MIRAMIENTO.

¿De quién es la culpa? ¿De quién es la culpa de que tú estés trabajando el día 6 de diciembre o el día 8 hasta las tantas y al día siguiente te toque ponerte a currar otra vez como si no hubiera pasado nada? ¿De quién es la culpa de que llegues a tu casa el día 24 de diciembre con el pavo sobre la mesa o lo que sea que ese día cenes? ¿De quién es la culpa de que el día 31 no te comas las uvas en el negocio en el que trabajas de puro milagro? En el negocio en el que trabajas, porque dudo que sea tuyo.
                Puede haber varios culpables: o los clientes o tu(s) jefe(s).
                Vamos por partes:
                Supongamos que la culpa es de los clientes, esos seres creados por la sociedad de consumo, programados para comprar lo que les hace falta y lo que no (entre los cuales me incluyo, pero con matices con respecto al resto). Los clientes son el The Walking Dead de las Navidades (de las rebajas, del Black Friday o de cualquier promoción). Vale, la culpa es suya. Si tu negocio cierra un día señalado en el calendario, es posible que, al día siguiente, cuando abráis las puertas, haya alguno que os ayude a subir la persiana para poder empezar a comprar unos segundos antes. “Yo es que trabajo y no he podido venir otro día más que hoy” (que es festivo, debería añadir). Estupendo. El día tiene 24 horas, las tiendas permanecen unas 12 horas abiertas al público. Amigo mío, si no has podido ir antes porque estabas trabajando, te están explotando en tu trabajo. Tal vez sea una tienda. Un cliente, mientras vea una puerta abierta, va a ir a comprar. ¿Está bien? Claro que no. Los que trabajan dentro son personas, con su vida, su familia, sus necesidades y sus quehaceres fuera de la tienda. ¿Justifica la apertura en festivo para ir a comprar? No. Pero, hay alguien a quien le viene  muy bien que las persianas estén abiertas: los jefes de esos negocios.
                Vamos ahora con estos seres “fantásticos”: los jefes. “Mi jefe me paga las horas que hago en festivo”. Claro, porque las has trabajado y ese dinero es tuyo. Faltaría más. ¿Has probado a decirle a tu jefe que ese día no vas a trabajar porque tienes planes fuera de la tienda? Te dirán que tienes que avisar con “X” días de antelación, para planificar a la plantilla. Prueba un día. Según la cara que ponga sabrás si al día siguiente podrás volver a tu puesto o quizás él/ella considere que estás mejor en tu casa. Pero, además, ¿sabías que te corresponden determinadas horas de descanso al cabo de la semana? Pregunta por ellas. Haz como los clientes con las promociones: no las dejes escapar.
Las grandes empresas no van a perder dinero por cerrar un domingo de diciembre. El año es muy largo y, no te preocupes que, lo compensarán por otro lado. Los contratos no te hacen esclavo de tus jefes o dueños de la empresa. Son dueños de la empresa, no tuyos. Querido/a dependiente, probablemente durante estos días no te vayan a dar las gracias, ni las esperes, pero no desesperes. Si tú te paras, el negocio se para. Eres importante. Que no te compren con un “esto lo vas a cobrar”. Como te he dicho, lo vas a cobrar porque es tuyo, no porque te lo estén regalando.
Cuando digo jefe, me refiero a jefe/a. Cuando digo jefe/a no me refiero a tu inmediatamente superior, que está contigo codo con codo en la tienda, día a día. No. Me refiero a ese que hay más arriba o más arriba todavía. Deja de mirarlo por debajo del hombro, míralo con naturalidad, porque se alimentan del miedo del empleado, porque la falta de seguridad es un motivo para mandarte a casa. No dudes. Es una persona, no es un ser superior, no es Dios.
No tengas miedo. Educación, humildad y esfuerzo. Pero si alguna vez te “niegas” a hacer algo en días que para ti son importantes, no tiene porqué pasar nada. Da lo máximo los restantes días, que comprueben que tú vales. Y si vales, pero no te aprecian, tranquilo/a. Eso es que no eras para ellos, porque solo eres para ti, tu verdadero dueño.
“Ya, pero tú no tienes que verle la cara cada semana y pensar que te pueden despedir”. Si hablo de esto es porque precisamente lo he vivido. Yo no voy a ser el que este año, en la Noche de Reyes, me quede en una tienda poniendo rebajas hasta las 2, las 3 o las 4 (sí, las 4) de la mañana. No lo voy a hacer este año, pero lo he hecho, mientras mi novia o mis padres me esperaban en casa, en la casa de alquiler que tenía a 420km de la mía, sin poder hacer ningún plan con ellos, sin poder ver la Cabalgata, cenar por ahí o tomarme una copa con ellos. ¿A tanta distancia? A tanta distancia. ¿Por qué? Por un “gracias” no, desde luego. Si no te quieren ahí por querer vivir, es que no era tu sitio.
Trabaja para vivir, no vivas para trabajar.
Si tú te paras, el negocio se para.
Tu único dueño eres tú.
Los domingos y festivos para la familia.
 
En definitiva, si no compramos no se abre. Si no se abre no compramos. Pero, si los propietarios tuvieran escrúpulos, respeto por los trabajadores y empatía por ellos, la pescadilla dejaría de morderse la cola.