Sé que lo
que vas a leer en este post seguramente lo hayas leído con anterioridad, lo
hayas escuchado e incluso, puede que tú hayas hablado sobre ello. Pero creí
necesario escribir acerca de ello. Me surgió la necesidad de decirlo.
La idea
surgió hace unos días, a la salida del cine. Acababa de asistir a la proyección
de una película alabada en la crítica entendida y desde mi punto de vista. Gran
elenco de actores, una historia contada acogiéndose a los hechos históricos y
una interpretación, a mi gusto, perfecta. Sentía la necesidad de hablar de
ella.
Siempre
me ha ocurrido. Al acabar un libro, una serie o una película que me ha gustado,
siento la necesidad de comentarla con alguien, contarla, recomendarla. Me ocurría
desde pequeño y me sigue ocurriendo ahora. Y siempre he pensado que a las demás
personas, por norma general, les pasa lo mismo.
Cuando volvíamos
el lunes al colegio, imitábamos a todos aquellos personajes que nos estaban
marcando nuestra infancia. Y, precisamente, de esto quiero hablar: de la
infancia. Es el motivo de que empezara a pensar sobre esto.
Todavía
en las instalaciones del cine, con la emoción de la película en una sala
abarrotada, entré al cuarto de baño. Allí, las únicas personas que estaban
haciendo uso de él eran 4 niños. Apuesto a que ninguno superaba los 10 años.
Como si
estuvieran adiestrados o como si hubieran ensayado las posiciones, cada uno posaba
de una determinada manera ante el espejo, con lo que hoy conocemos como
postureo, mientras uno disparaba una foto con el móvil. Realizaron varias, ya
que alguno de ellos no estaba muy convencido con el resultado. Hablaban de
redes sociales con una familiaridad que todavía me sigue sorprendiendo.
En ese
momento justo fue cuando pensé en todo esto. ¿A qué película habrían asistido
esos niños? ¿A unas de dibujos? Demasiado “mayorcitos” como para hacer esas
cosas de chiquillos. Pero todavía lo son. ¿A un thriller que no llegarían a
comprender? ¿A una de miedo aun a riesgo de tener que pasar la noche en vela?
No lo
sé. Y, realmente, es lo de menos.
Sencillamente,
no hablaban de la película. No hablaban de lo que habían visto. Quizá, ni
siquiera les habría despertado ninguna emoción. ¿Quién sabe? Tal vez, durante
la película, pensaban en un pie de foto para conseguir más “likes”. Lo preocupante
es que no es un hecho aislado.
La falta
de atención será una de las principales dificultades en el aprendizaje en los
alumnos/as en un futuro. Y no porque la padezcan de verdad, sino porque no la
habrán entrenado. Hay que avanzar, está claro, pero con sentido y cabeza.
¿De qué
sirve que sepan manejar el último modelo de Smartphone si no saben sentir? Nos hemos
inventado que las tecnologías son necesarias en el desarrollo de los niños y
niñas. Entonces, los que crecieron y crecimos sin este boom tecnológico,
¿estamos sin acabar de desarrollar?
Lo que
ocurre es que es mucho más cómodo darle a tu retoño una pantalla, bien cargada
de luminosidad, para que atraiga su atención y, de ese modo, no te moleste.
Recuerda
que tienes un hijo, no un capricho de aquel momento.
Qué
felices éramos cuando viajábamos y mirábamos por la ventanilla, cuando a la
hora de comer comíamos sin estar embobados en un pantalla táctil sujeta en un
vaso con contenido a la carta. Qué felices éramos cuando mirábamos el mundo con
inocencia, porque la tecnología la elimina. Demasiada información que no deben
conocer en un solo clic.
Qué
felices éramos cuando jugábamos mirándonos a la cara.