sábado, 27 de mayo de 2017

T.E.Q.U.I.E.R.O

        Tú. Tú y nadie más. Tú y yo. Nosotros. Solo tú has conseguido lo que nadie había conseguido hasta el momento. Diciéndolo así suena raro. Pero solo tú has conseguido hacerme feliz por una sencilla razón: me has dejado ser yo. Y si yo soy yo, y tú eres tú, somos y seremos nosotros. Nosotros. Qué bien suena eso, un plural inclusivo que adoramos. Porque eres tú la que me hace sonreír cuando estoy serio, cuando he pasado un día duro, cuando he estado triste, cuando estoy agobiado. Eres tú la que me da el abrazo nada más abrir la puerta de casa y me espera con una sonrisa de oreja a oreja que alegra la mirada y el corazón. Eres tú la que me besa con la dulzura que solo tú sabes hacer. Eres tú la que me comprende en cada momento. Eres tú la que me quiere con todos mis defectos, tal y como son, tal y como soy. Eres tú la que me hizo entender que no tengo que esconder ni un solo rasgo de mi personalidad para gustarte. Eres tú la que me quiere. Eres tú y solo tú. Eres.

             Estás. Eres y estás. Nada tienen que ver. Uno es permanente, el otro pasajero. Permanecemos y permaneceremos. Pero, además, estás. Estás a mi lado cuando te necesito. Estás en los momentos buenos y en los menos buenos. Estás. Estás como una cabra y eso me encanta, porque sabes cómo tratarme en cada momento, sabes cómo comportarte, sabes, así, en general. Sabes. Sabes qué me pasa con solo mirarme, lo sabes y me lo haces saber: “dime qué te pasa porque no sabes mentir”. Cuánta razón tienes. Ni sé, ni te quiero mentir. Porque, aunque me haga el duro estoy deseando contártelo para que acabemos en un abrazo de “siempre vamos a estar juntos”. Estás y estarás. Estaremos.

            Quédate. No hace falta que nos lo pidamos, nos lo demostramos. Yo me quedo y tú te quedas. ¿Dónde? Da igual, pero juntos. Quédate a mi lado para seguir haciéndome feliz. Yo, te prometo, que no me voy a separar del tuyo. Vamos a quedarnos como vinimos, como esos niños ilusionados que empezaban una etapa tan bonita, con la misma ilusión que el niño que estrena zapatos nuevos, con el mismo sueño de entonces: hacerte feliz. Quédate que yo me quedo. Vamos a ir de la mano hasta el final, como dos en uno y uno en dos. Quiero que te quedes conmigo, pero, a la vez, sé completamente independiente. Y, a pesar de eso, quédate conmigo. Entra cuando lo tengas que hacer, sal por ahí cuando te apetezca, conmigo o sin migo, con tus amigas, sé esa niña que llevas dentro, sé esa mujer que eres, sé tú. Yo me quedo.

         Unidos. Porque, aunque estemos o hayamos estado separados en algún momento por kilómetros y kilómetros, realmente estamos unidos. Porque unidos podremos con todo, porque unidos es como hemos estado y estamos. Porque unidos nos ha ido tan bien, porque unidos nos gustar ir por la calle. Unidos, aunque cada uno pueda disfrutar de su espacio. Unidos, aunque podamos ir tranquilamente con nuestros amigos. Porque no nos hace falta no separarnos para seguir estando unidos. Unidos porque nos lo hemos prometido. Unidos, porque nos nace estarlo. Unidos, porque nos lo merecemos. Unidos, porque nos queremos. Unidos, porque te quiero.

              Idiotas. En el buen sentido de la palabra y con todo el cariño del mundo, pero somos idiotas. Como todas las parejas que se quieren, todas. Porque nos enfadamos, nos fruncimos el ceño, nos callamos y dejamos pasar un rato. Idiotas porque estamos deseando reconciliarnos, porque no nos sabemos enfadar, porque no nos queremos enfadar de verdad. Idiotas, porque damos pie a eso. Idiotas, pero idiotas que se quieren. Y si nos enfadamos, nos reconciliamos. Y el que diga que no se enfada, miente como un bellaco. Idiotas, pero muy, muy afortunados. Idiota por hacerte enfadar, idiota por consentirlo, pero me gustas incluso cuando estás seria, cuando estás enfadada, cuando estás sin hablarme. Me lo merezco, por hacerte enfadar. Idiota por tardar demasiado en pedirte perdón. Idiota, enamorado.

            Educación. Sí, había visto educación, había visto gente que la mostraba, sí, la había visto. Pero tú la muestras, la sostienes y la lanzas al aire. Y cuando cae la vuelves a coger. Y el que está a tu lado, lo único que quiere es parecerse a ese boomerang de educación. Porque por más que alguien te provoque, te tiente, trate de sacarte de tus casillas, cuando parece que no puedes más, el boomerang vuelve a tus manos y sacas la mayor educación que te caracteriza. Esa educación y saber estar. Esa conciencia de dónde te encuentras en cada momento y tu adaptación a la situación.  Esa eres tú. El temple, la sangre fría que a veces es fácil perder cuando alguien de fuera, en el ámbito que sea, la hace perder a los de tu alrededor. Y ahí estás tú, para decir: “Para, piénsalo. No es para tanto”. Y lo mejor: “Juntos, unidos, juntos lo vamos a solucionar”. Y, por si no lo habías conseguido ya lo suficiente, me vuelves a ganar. Y, por si no lo habías hecho ya con creces, me vuelves a demostrar que la edad no importa para demostrar educación, madurez y saber estar.

                Roma. Si la lees al revés es amoR. No es capicúa, pero sí es reversible. Porque tu amor me lo demuestras cada día, desde por la mañana, cuando te levantas conmigo para que no desayune solo a pesar de que tú no tengas que madrugar, hasta que llego de trabajar y está todo preparado. Sin que tengas ninguna obligación, pero has hecho la comida para que yo disponga de más tiempo para descansar después del trabajo.  Me lo demuestras con un “te quiero”, con un abrazo o con una sola caricia. Cuando me tocas la mejilla con tus dedos, cuando me miras profundamente con tus ojos cristalinos, cuando me haces cosquillas o cuando pones lo que me gusta en la tele, incluso si a ti no te gusta. Porque son detalles, pero la vida, la felicidad, el amor está hecho de pequeños detalles. Ni se compran ni se venden, se dan, se sienten, se ofrecen como tú, sin esperar nada a cambio. Gracias, amoR.

                Objetivos. Porque no hay nada más bonito que ir cumpliendo nuestros objetivos, nuestras metas, nuestras promesas. Ver cómo pasa el tiempo y aquello que habíamos planeado lo hacemos, los tiempos los cumplimos y todo llega. Y si algo tarda en llegar, no pasa nada. ¿Por qué? Porque nos tenemos el uno al otro. Pero todo llegará, antes o después.  ¿Y cómo lo vamos a hacer? Tú y yo, Estando juntos, Quedándonos para siempre, Unidos como el primer día, aun siendo unos Idiotas, con Educación y con mucho amoR.  Porque si sumas la primera letra de cada párrafo da un resultado y es poco de lo que siento por ti, una sola parte de lo que me haces sentir, algo mínimo que no puede expresarse con unas letras. Pero, si te fijas lo pone:

T.E.Q.U.I.E.R.O

                

viernes, 26 de mayo de 2017

(NO) "Son cosas de niños"

¡Gorda/o! ¡Fea/o! ¡Foca! ¡Ballena! o ¡Maricón! Joder, ¿quién puede deprimirse por adjetivos así entre chavales de Primaria? Si son cosas de niños.

- “Tu hijo está insultando a mi hijo/a y le está haciendo pasar un mal curso”.  
- “¿Mi hijo? ¡Eso son cosas de niños!”

                Ahí está el problema, en que el acoso escolar, el maltrato entre niños se fragua en casa. Tu hijo es un niño, pero cuando toma la decisión de ir en contra de alguien, de insultar, pegar, vejar a un compañero, deja de ser un niño y se convierte en un arma. No es un arma blanca, ni de fuego. Es un arma contagiosa, infecciosa. Porque los niños de su alrededor van a querer estar a su favor con tal de no verse envueltos en los mismos insultos que recibe el que, hasta entonces, era su amigo. Y tú, como padre, lo estás viendo, te lo estás imaginando, lo intuyes porque es tu hijo y sabes que no se está portando bien con otro niño, pero te la está pelando. OLÍMPICAMENTE. Y entonces, tú eres cómplice de esa arma contagiosa.

                Piénsalo e imagina que un día llega tu hijo/a a casa, después de un día en el cole con los “amigos” y te dice: “Papá, mamá, en el colegio me insultan”. Y así un día y otro y otro. Y una semana y otra y otra. Y se extiende en el tiempo más de lo que tú querrías y de lo que niño se merece. ¿De verdad pensarías que son “cosas de niños”? ¿De verdad ibas a tener la poca sangre y la pachorra de dejar que denigren a tu hijo/a? ¿De verdad piensas que, como niños, se les va a pasar la moda de meterse con él/ella? No, ¿verdad? ¿Entonces por qué sigues permitiendo que alguien que es carne de tu carne lo haga pasar mal a otra persona? Una persona que no tiene culpa de nada. Que tan solo es distinto al resto porque alguien, algún estereotipo, ha dictaminado que no es lo normal. O quizá, el estereotipo lo ha marcado tu propio hijo, como buen acosador, simplemente porque el acosado saca mejores notas, se ha desarrollado antes, es más inteligente o porque simplemente a tu hijo, el acosador, le JODE que el acosado sea feliz en su familia. Simplemente eso, porque a tu niñito del alma le jode que sea feliz, que se traten bien, que viajen juntos, que hagan planes en familia. Pero vosotros no los hacéis. Por eso, tu hijo lo hace y tú, que lo sabes, lo consientes.

                Ponte las pilas, reconoce que, el pacífico angelito que anda por casa como si no hubiera roto un plato en su vida, está haciendo algo mal. O lo que es mejor, reconoce que tú también estás haciendo algo mal. Reconoce que lo estás mimando más de la cuenta, que le estás dando más caprichos de los que deberías. OJO, no estoy diciendo que no lo quieras y lo trates como el ser intocable que es para ti. Pero, igual que para ti es intocable, para otros padres también el suyo lo es. Y cada uno va a sacar las garras por su cría, igual que en una manada de leones. El/la guaperas, el/la pijito, el/la modernito que has creado está haciendo más daño del que piensas. Y ha creado su banda de secuaces, sus seguidores, dispuestos a regirse por las normas que el cabecilla del grupo les dictamine con tal de no ser un acosado más, con tal de reírle las gracias al “jefe”, con tal de no verse envuelto en una absoluta depresión. Y eso, hace unos años en España tenía un nombre.

                Ojo con la bestia que estás creando.


                Tu hijo es tu hijo, pero páralo antes de que lo conviertas en un delincuente.