No hace falta más que mirar por la ventana de tu vivienda,
dar un paseo o sentarte en la terraza de algún bar y observar lo que por allí
transcurre para darnos cuenta de que vivimos en Mundo lleno de contraste. Unas
veces dichos contraste son naturales. Los más bonitos. En contraposición
encontramos los provocados por el hombre.
Un contraste natural puede ser la lluvia que cae en un lado
de la ciudad mientras por otro lado asoma el Sol de entre las nubes, provocando
la aparición majestuosa del Arco Iris. No hay mayor o niño que, al ver este
fenómeno, no se quede perplejo admirándolo.
Otro contraste natural podría ser ese paseo de un abuelo
entrado en años acompañado de su joven nieto. Un niño que necesita moverse, que
no se siente agotado hasta que cae rendido en la cama, ese niño que juega,
corre y “obliga” al abuelo a hacerlo con él. Por otro lado, el abuelo. Un
hombre mayor, que necesita sentarse cada cierto tiempo porque su salud no le
permite hacer más de lo que hace, a pesar de que quisiera hacer todo lo que su
nieto quiere. Un hombre que ha trabajado durante toda su vida para conseguir lo
que ha conseguido: una familia y un nieto que lo quiere y lo respeta. Un nieto
al que educa con cariño para que cuando la vida lo haya agotado sea su niño el
que lo ayude y complazca a él, y posteriormente eduque de igual manera a hijos
y nietos.
Esos contrastes son bonitos, dignos de admirar y útiles en
el desarrollo de nuestras vidas.
Ahora bien, lo que no es normal, lo que no tiene sentido ni cabida,
bajo ningún concepto son esos contrastes que el ser humano crea, esos que la
mano del hombre nos acostumbra a ver cada vez más y más en televisión y por las calles.
Mientras nuestros “queridos” políticos, gobernantes y ´mandamases´ viven a cuerpo de Rey (otro
que tal), en sus “humildes casitas” como si la cosa no fuera con ellos hay
familias atrincheradas en SUS HOGARES por miedo a ser desalojados y perder todo
lo que han ganado con el sudor de su frente. Algo que nadie les ha regalado
pero que sí les quieren ROBAR.
Cada vez son más y más las personas que tienen que vivir en
las calles, mendigando, durmiendo en cajeros, en portales de fincas para, al
menos, no dormir a la intemperie en las frías noches de invierno. “Con la
llegada del verano ya no pasarán frío”, apuesto que dirán los más sobrados.
“Que se busquen un trabajo como el resto de la gente”, dirán otros. ¿Un
trabajo? ¿Dónde encuentran esas personas hoy por hoy un trabajo?
Probablemente, esas personas tendrían un trabajo con el que
llegarían, mejor o peor, a fin de mes. No sería con un sueldazo ni
probablemente se tratara del trabajo de sus sueños, pero lo tendrían. Y,
seguramente, trabajarían duramente para no poder recibir críticas por parte del
jefe y no ser despedidos porque sabían
lo que ocurriría si llegaba ese momento.
Seguramente, no estarían “de patitas en la calle” de no
haber sido por todo lo que sus jefes han
“trincado”. O tal vez, mantendrían su puesto si no fuera porque el jefazo habló
con un amiguete al que le debía un favor y para compensarlo metió al sobrino,
primo o hijo en lugar de un “pobrecico”. Un sobrino, primo o hijo al que no le
gustará ese trabajo, lo hará a disgusto e incluso mal pero con la certeza que
de ahí no se mueve.
Y mientras todo eso ocurre, mientras nos quitan lo que ha
sido nuestro no te puedes manifestar por ello porque lo único que puedes
recibir es una buena reprimenda de los que se suponen nos deben defender. Cierto es que no actúan
por cuenta propia, sino bajo el chasquido de dedos de alguien a quien le
molesta que la gente se dé cuenta de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor
e intente defender lo que es suyo. En el momento “el pastor” dé la señal de
aviso manda a “los perros” para que nos controlen cual rebaño. El que más
suerte tenga dormirá en su casa, el que no pasará la noche “en el corral”.
Ese es el Mundo en el que vivimos, y éstos algunos de sus
contrastes. Un sinsentido movido por el dinero, por la sed de riqueza, de
manera que los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez más pobres.
Ni unos se merecen todas sus ganancias ni otros sus pérdidas.
Para todos esos que han hecho que miles de personas en este
país hayan dejado de ser felices por sus chanchullos y sus robos, y tal y como
dijo en su día el gran actor español Fernando Fernán Gómez: “¡VÁYANSE USTEDES A
LA MIERDA! ¡A LA MIERDA!”.
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