miércoles, 12 de mayo de 2021

Significado de libertad

 

              Cuando nuestros abuelos tragaban tierra y bebían sudor, sudaban sangre y lloraban dolor; cuando nuestros abuelos gritaban sordamente para no molestar; cuando nuestros abuelos agachaban la espalda por un mendrugo de pan y la cabeza ante un señor que pedía un respeto extrañamente otorgado sin esfuerzo ni valor.

              El silencio de la culpa, la culpa del oprimido, la opresión del poder.

              Pasaron los años y estudiamos la historia de nuestros antepasados como aquellos que se apretaban el cinturón para no perder los pantalones mientras un estricto régimen de azada y mano dura les oprimía desde la cintura hasta las entrañas del corazón y las cuerdas por cinturón eran el sustento de una vergüenza interna que no podían mostrar ni con cánticos ni miradas hundidas en el fondo de la sinrazón.

                Hay ataúdes que gritan, arañan y exigen la libertad que les negó la vida. Madera que rezuma el pánico de una vida sin vivir. Ataúdes, qué comodidad.

              Hay cunetas que todavía cantan nombres sin apellido del regimiento de la batalla perdida.

              De aquella batalla que deja un surco interminable, imborrable, imposible de olvidar.

              Cada día era la lucha encarnizada de llantos del hambre, de pechos sin leche, de pucheros lleno de pena hervidos con fuego en el alma.

              La plaza del pueblo se mantiene en silencio. El reloj de la iglesia, que nunca puede fallar, suena ante el alba tormentoso de un día infinito al tiempo que los muros chorrean la sangre de los que pasearon la noche anterior mientras el viento movía flequillos y petrificaba las lágrimas de los que jamás volverían a ver la luz. Nocturnidad, premeditación y cobardía.

              Se aleja ese camión de la muerte que despide por el tubo de escape complejos callados a golpe de gatillo y nuevamente se escucha el eco del silencio de una libertad que desgarra las paredes de los hogares más humildes.

              Ni un alma. Ni un suspiro. Ni un aullido.

              Los carros ya ponen rumbo a sus tierras para cavar tan hondo como puedan las fuerzas de los cuerpos vacíos. Allí abajo, donde agarran sus raíces las vides, los almendros, los olivos, allí, quizá, junto a la humedad de la tierra encuentren algo de humanidad.

              Aquella estampa de un matrimonio congelado por el tiempo junto a la puerta de su casa esperando que los nudillos de su hijo volvieran a golpear con juventud y fuerza la temblorosa madera que se queja entre bisagras oxidadas se convierte, tristemente, en eterna.

              Allí murieron aquella mujer y aquel hombre, esperando el retorno de su retoño en aquel otoño de hoja caduca y marchita que nunca vio florecer una primavera de sonrisas porque la opresión les robó lo que más querían. Paradójicamente, murieron a la vez que su pequeño caía de rodillas en el frente, atravesado por una bala cargada de odio que fue disparada desde las trincheras del palacio que provocó la guerra. Aquel matrimonio todavía no sabía que estaban muriendo en vida.

              El ejecutor de aquel disparo con los ojos cerrados, el pulso tembloroso y el corazón huyendo por la boca tan solo quería reencontrarse con su familia y pedir perdón por el daño ocasionado por culpa de una guerra que le pilló a un lado de la calle igual que le podría haber alcanzado en el de enfrente. Todavía hoy se pregunta si fue su hermano al que alcanzó su bala.

              Al menos, así, todo quedaría en un hogar ya destruido.

              Serán nuestros nietos los que abrirán el libro de Historia para estudiar, en las primeras páginas del mismo, aquella triste historia del matrimonio que decidió morir esperando la libertad de una guerra que les arrebató todo, incluso su vida. Aquel matrimonio son cientos, miles de matrimonios que vivieron sin nombrar la libertad pero yendo cada día a buscarla al campo, debajo de las piedras, en la corriente del río o en la sombra de un álamo de hoy raíces centenarias que ha cobijado bajo sus ramas tantas historias. Unas para morir de rabia o pena y otras de risa. Que para todo hay en la historia.

              Y cuando acaben esas primeras páginas de un matrimonio, un álamo y una bala que salió de un tembloroso joven, llegarán al día en que un pueblo se puso en pie, si es que alguna vez estuvo sentado, para celebrar que la libertad había vuelto a sus vidas. Y la página ciento y pico diría algo así: “corría el 8 de mayo del año uno después de la pandemia cuando, sin compasión ni pensamiento crítico, sin vergüenza ni conocimiento, los jóvenes y no tanto, salieron a la calle para celebrar que la libertad nunca se les había quitado, pero los habían convencido de ello. La generación supuestamente mejor preparada hacía llorar de vergüenza los ataúdes que un día gritaron en silencio libertad. Los abuelos, avergonzados de aquella actitud, sintieron haber perdido la vida para regalársela a unos jóvenes egoístas que prefirieron brindar sin miramiento por los miles de muertos convertidos en juego de campaña los días previos. Todavía hoy, las gárgolas de los edificios centenarios se esconden tras sus garras, arañan sus ojos y aprietan sus oídos para no sentir el agónico suspiro del  esfuerzo de los sanitarios, dependientes, cajeros y cajeras que desde el primer día de aquel horrible año dieron su vida por los demás”.

              Al cerrar el libro, en la pizarra ya está el anuncio del profesor: el examen es mañana. Dieciséis páginas de apuntes y muchos años después hay quien todavía no entiende aquella actitud de niños y niñas consentidos que no supieron la crueldad real de la historia. Todavía hoy creen, ya de adultos, que lo suyo fue un acto heroico.

              Las bibliotecas hunden sus estanterías con el peso de la tristeza que corre entre las páginas que nunca fueron leídas.

                                            Joven, tal vez miliciano, brinda por la libertad.

                             Jóvenes luchadores y concienciados se manifiestan por el fin de una guerra vírica que nunca respetaron.

lunes, 20 de enero de 2020

El "pin" de las barbaridades


Desprestigio, falsedad y calumnias.

            En este post no se habla de política pero sí de políticas. Políticas no como el femenino de la palabra, sino como acto llevado a cabo por esos que dicen llamarse políticos. 

            En este post no se habla de libertad, pero sí de coartar la misma. 

            En este post no se habla de partidos ni de ideas, sino de educación. 

            Educación. Qué palabra más maravillosa. Sin embargo, para ser tan bonita, hace tiempo que dejó de practicarse desde los niveles más “elevados” de la sociedad. Nótese el sentido despectivo hacia elevados con esas comillas. 

            ¿Que de qué va todo esto? De actualidad. 

            Esta mañana escuché una frase que, sinceramente, al principio me costó creer que se estaba diciendo realmente. Alguien, porque aquí no se habla de política, dijo que lo que está ocurriendo en las aulas roza la corrupción de menores. También, ese alguien, falto de conocimiento de lo que se hace en los colegios, aseguró que se llevan a cabo juegos eróticos

            Como digo, no voy a mencionar quien, ni lo voy a calificar. Porque, por supuesto, hay que ofrecer el mismo respeto que pedimos los maestros. Por ello, vaya por delante que en ningún momento he hablado de  maleducado ni energúmeno. 

            Esas palabras, como creo que todos sabremos a estas alturas de la película, se ofrecían hablando del llamado “pin parental”. Tal vez ya sepas de qué “alguien” estoy hablando. ¿En qué consiste ese pin? Sin ser yo experto en la materia, lo resumo: la obligatoriedad de los centros educativos  de informar a los padres ante actividades relacionadas con charlas, talleres o actividades que dicho centro quiera llevar a cabo en materia de identidad de género, colectivo LGTBI, feminismo, o respeto a la mujer… Es decir, justo lo que esos “alguien” repudia. 

            Por si no lo has entendido, lo resumo en tres palabras: coartar la libertad.  Y añado y subrayo las palabras del principio: desprestigio, falsedad y calumnias.

            Siempre presumo de ello y ahora no va a ser menos. Tengo la enorme suerte de haber pasado toda mi vida rodeado de maestros y maestras, personas que se han dedicado en cuerpo y alma a la docencia. Hombres y mujeres que se han desvivido para dar lo mejor de sí mismos ante su alumnado. Y no, no podemos consentir que ahora vengan unos “alguien” a querer decirnos que en las aulas se pervierte, se corrompe a los alumnos o se practican juegos eróticos. 

            La libertad. Qué bonita palabra. La libertad de elección desde bien pequeños. ¿Y para qué es buena esa libertad? Para evitar el odio que profesamos de mayores. 

            El hecho de que tu hijo/a acuda a una charla, educativa (y remarco educativa) sobre identidad de género, por ejemplo, no lo va a convertir en algo que tú no quieres que sea. Si lo ha de ser, lo será, aunque te pese. Esa charla lo único que va a hacer será crear actitudes de respeto entre iguales. Ni más ni menos que lo que los mayores nunca hemos sabido practicar: el respeto. 

            No te creas lo que te dicen. No te creas lo que intentan meterte en la cabeza. No te lo creas, porque estarás perdido. 

            Por supuesto, se está restando prestigio y libertad de actuación a los centros. Y precisamente, en la actualidad, los maestros y maestras no es que podamos presumir de respaldo por parte de los padres. Hecho que hace que los alumnos/as cada vez estén más crecidos. Saben y son conscientes de que papá y mamá reñirá al profesor si lo suspende o le “tocará las orejas” si habla de lo que no debe. 

            Ahora te pregunto: si un niño solo ha visto en casa violencia de género y no se le permite acudir a charlas sobre ello, ¿cómo va a poder hablar y sacar lo que lleva dentro? ¿Cómo va a poder ver cuál es el trato adecuado que se ha de dar a la mujer? Si solo se cría en un ambiente y no ve las demás opciones, estás creando un maltratador en potencia. Los niños son esponjas, para lo bueno y para lo malo. 

            Ahí, eso sí que lo podrías llamar adoctrinar. 

            No lo consientas, por favor. Por la educación de tus hijos.

jueves, 10 de octubre de 2019

La generación pantalla


                Sé que lo que vas a leer en este post seguramente lo hayas leído con anterioridad, lo hayas escuchado e incluso, puede que tú hayas hablado sobre ello. Pero creí necesario escribir acerca de ello. Me surgió la necesidad de decirlo.
                La idea surgió hace unos días, a la salida del cine. Acababa de asistir a la proyección de una película alabada en la crítica entendida y desde mi punto de vista. Gran elenco de actores, una historia contada acogiéndose a los hechos históricos y una interpretación, a mi gusto, perfecta. Sentía la necesidad de hablar de ella.
                Siempre me ha ocurrido. Al acabar un libro, una serie o una película que me ha gustado, siento la necesidad de comentarla con alguien, contarla, recomendarla. Me ocurría desde pequeño y me sigue ocurriendo ahora. Y siempre he pensado que a las demás personas, por norma general, les pasa lo mismo.
                Cuando volvíamos el lunes al colegio, imitábamos a todos aquellos personajes que nos estaban marcando nuestra infancia. Y, precisamente, de esto quiero hablar: de la infancia. Es el motivo de que empezara a pensar sobre esto.
                Todavía en las instalaciones del cine, con la emoción de la película en una sala abarrotada, entré al cuarto de baño. Allí, las únicas personas que estaban haciendo uso de él eran 4 niños. Apuesto a que ninguno superaba los 10 años.
                Como si estuvieran adiestrados o como si hubieran ensayado las posiciones, cada uno posaba de una determinada manera ante el espejo, con lo que hoy conocemos como postureo, mientras uno disparaba una foto con el móvil. Realizaron varias, ya que alguno de ellos no estaba muy convencido con el resultado. Hablaban de redes sociales con una familiaridad que todavía me sigue sorprendiendo.
                En ese momento justo fue cuando pensé en todo esto. ¿A qué película habrían asistido esos niños? ¿A unas de dibujos? Demasiado “mayorcitos” como para hacer esas cosas de chiquillos. Pero todavía lo son. ¿A un thriller que no llegarían a comprender? ¿A una de miedo aun a riesgo de tener que pasar la noche en vela?
                No lo sé. Y, realmente, es lo de menos.
                Sencillamente, no hablaban de la película. No hablaban de lo que habían visto. Quizá, ni siquiera les habría despertado ninguna emoción. ¿Quién sabe? Tal vez, durante la película, pensaban en un pie de foto para conseguir más “likes”. Lo preocupante es que no es un hecho aislado.
                La falta de atención será una de las principales dificultades en el aprendizaje en los alumnos/as en un futuro. Y no porque la padezcan de verdad, sino porque no la habrán entrenado. Hay que avanzar, está claro, pero con sentido y cabeza.
                ¿De qué sirve que sepan manejar el último modelo de Smartphone si no saben sentir? Nos hemos inventado que las tecnologías son necesarias en el desarrollo de los niños y niñas. Entonces, los que crecieron y crecimos sin este boom tecnológico, ¿estamos sin acabar de desarrollar?
                Lo que ocurre es que es mucho más cómodo darle a tu retoño una pantalla, bien cargada de luminosidad, para que atraiga su atención y, de ese modo, no te moleste.
                Recuerda que tienes un hijo, no un capricho de aquel momento.
                Qué felices éramos cuando viajábamos y mirábamos por la ventanilla, cuando a la hora de comer comíamos sin estar embobados en un pantalla táctil sujeta en un vaso con contenido a la carta. Qué felices éramos cuando mirábamos el mundo con inocencia, porque la tecnología la elimina. Demasiada información que no deben conocer en un solo clic.
                Qué felices éramos cuando jugábamos mirándonos a la cara.

miércoles, 2 de octubre de 2019

Lo que nunca te contaron de las oposiciones.

Lo que nunca te contaron de las oposiciones.
Quizá, si buscamos la definición de "oposición" en el diccionario, en su acepción relacionada con el proceso selectivo, nos diga lo que todos sabemos. No hace falta estar en este mundillo para conocerla.
Sin embargo, todo aquel que quiera aprender realmente lo que es este «trámite», solamente debe hablar con un opositor.
Cuando llegamos a las academias o preparadores/as, nos avisan de lo duro que van a ser los pròximos meses, de los sacrificios que deberemos hacer, las horas de estudio que tendremos que dedicar y otras tantas perder de sueño.
Nos hablan de cómo afrontar el día de los exámenes, así como tambien nos aportan estrategias de estudio, de concentración, piñones fijos para salir de cualquier "atolladero". Por no contar con la cantidad de conocimientos que nos proporcionan. Unos entran bien, porque nos gustan o nos resultan fáciles. Otros, sin embargo, o los metes con calzador o no entran.
Pero, nadie habla de qué pasa después de los exámenes. Inegablemente, eso también forma parte de la oposición.
En el mejor de los casos, apruebas con plaza. Bravo por ti. Has conseguido el objetivo que estabas persiguiendo durante meses.
En un caso medio bueno o medio malo, todo depende de la perspectiva y del tiempo y esfuerzo que hayas dedicado, apruebas sin plaza.
En el peor, obtienes un "gracias por venir" que tú mismo te das.
En el segundo caso mencionado,  tu estado anímico perfectamente podría ser el de una persona diagnosticada con bipolaridad. No sabes si reír o llorar.
Has aprobado, sí. Pero aún no ha acabado esto.
Cuando preguntan qué tal te ha ido, la respuesta suele ser "aprobado sin plaza". Con la palabra "aprobado", ves cómo sonríen, se les ilumina la cara cual gusiluz. Con "sin plaza", ponen una cara en la que puedes leer perfectamente un "¿y para eso tanto esfuerzo?".
Si directamente has suspendido, haz lo que quieras, búscate la mejor de las excusas, pero la gente que no sabe qué es este proceso, no lo va a entender. Jamás. Porque para ellos, estudiar es sinónimo de aprobar. Si estudias, apruebas. Si no apruebas es que no habrás estudiado tanto. O es que no das para más.
Pero, ¿qué van a saber?
Desconocen el factor suerte, el factor tribunal, el factor "no es mi día" o el factor nervios, que tan malas pasadas puede jugar. Y, por supuesto, desconocen el factor ¡¡MÉRITOS!!
Sin embargo, lo que menos debe preocuparnos es eso.
De lo que realmente trataba este post, es de lo que nunca nos cuentan, de qué pasa cuando, aprobando o suspendiendo, te tienes que volver a presentar porque no tienes plaza.
Entonces es cuando tú, que sí que sabes lo que has estudiado y sí que conoces tus capacidades, te preguntas por qué.
Si ocurre una vez, duele, sobre todo si es injusto. Pero te mentalizas y vas a por la segunda. Otro año más de lo mismo, pero sin la presión de la primera vez, esa presión que tú mismo te pones.
Pero cuando la segunda, ves que vuelves a llevar todos los temas, los supuestos dominados, la programación empapada pero no como un papagallo y materiales que gustan al tribunal, no acabas de entender por qué te tienes que conformar con un simple aprobado, cuando sabes que ibas de plaza. Modestamente, pero tú has estudiado para eso.
Lo que nunca te han contado es cómo afrontar un tercer año de oposiciones, con qué ánimo o con qué entusiasmo. Porque los méritos por experiencia pueden ser los mismos. Entonces, ¿por qué intentarlo una tercera vez?
Porque te lo sabes, porque lo vas a conseguir y, lo más importante, porque quieres dedicarte a ello.
Un poco también por la gente que no confió, que piensan que pasas mucho tiempo estudiando o que no entienden que suspendas si has estudiado. Por ellos también.

Para acabar, no quiero cerrar estas líneas sin hacer mención a los que yo he denominado "los cagalástimas". Esas personas que el día del examen no se saben casi ningún tema, o eso dicen; cuando salen del tema, da la casualidad que, de los que han salido, ninguno era su preferido, o eso dicen; y el día de las notas, ahí están ellos/as, con su sonrisilla, su falsa incredulidad y su plaza.
No me digáis que no es para darles un...
Lo dejo aquí mejor.

miércoles, 12 de junio de 2019

UNA CIFRA TRISTEMENTE REDONDA


      1000, una cifra redonda. Un número que puede parecer insignificante o  una cantidad difícil de asimilar. Cada 22 de diciembre, en el sorteo de la lotería de Navidad, escuchamos esa cifra una y otra vez, bola tras bola. Una cantidad ínfima en comparación con los millones que hay reservados para unos pocos afortunados. Esos 1000€ son la calderilla del sorteo. Nadie los quiere, porque llevarte eso significa que otro año más se escapa el premio grande a otro lugar o, al menos, a otro décimo que no es el tuyo.  
                Sin embargo, esta semana, principios de junio de 2019, hemos llegado esa misma cifra. 1000. Nos encontramos ya en la friolera y altísima cantidad de 1000 mujeres asesinadas a manos de sus parejas. 1000 PERSONAS que han perdido la vida por celos, por posesión, por envidias. Por el motivo que sea, ¿qué más da? La cuestión es que desde 2003, año en que se empezó a realizar esta estadística, hemos alcanzado una cifra que pone los pelos de punta. ¿Cuántas hay detrás sin contabilizar como tal?
                Pero, ¿por qué? ¿Por qué lo hacen? Porque de no ser por la fuerza jamás podrían tener a alguien al lado. Es muy sencillo: no es tuya, no te pertenece, no es de tu posesión. Ella tiene una vida, tiene unos sentimientos, tiene unos sueños que cumplir. Si tú no has sabido satisfacer todo eso, pregúntate qué hacer para mejorar, pero déjala irse. Quizá, en otro lugar, con otra persona a su lado pueda ser feliz. Si tanto la quieres, deséale lo mejor. Pero no, realmente lo que sentís no es amor. No creo que pueda serlo, ni que pueda llamarse así. Tenéis obsesión, necesidad de sentiros queridos, necesidad de tener a alguien al lado a toda costa.
                Me imagino que no debe ser fácil para la persona que día a día sufre humillaciones, vejaciones, golpes y una larga lista de actos violentos. Sin embargo, me imagino que los golpes que más os duelen, son los que os dan en lo más profundo de vuestro ser, los que os llegan al corazón y al alma. Me imagino, también, que no debe ser fácil salir de esa espiral, precisamente por el miedo a perder la vida o al hijo/a que has tenido con ese desgraciado. No debe ser fácil, pero hay salida. Si estás con vida, todavía puedes poner remedio a tu vida, una solución a tu futuro. Tal vez podamos, entre todos, meter entre rejas a ese desalmado.
                1000 muertes. 1000 vidas truncadas. 1000 familias deshechas. Pero hay algo que da incluso más reparo, más respeto, más miedo. Efectivamente. Los dirigentes políticos que no ven estos hechos como algo en contra de la mujer, que consideran que los hombres lo estamos padeciendo al mismo nivel. Mentiras, mentiras y más mentiras. El que no reconoce estos actos como lo que son, una lacra en nuestra sociedad, es porque se considera por encima del bien y del mal, porque piensa que su supremacía masculina siempre será superior a la mujer. Porque piensa que la mujer siempre estará al servicio del mal llamado “hombre”. Sobre todo, porque cree que son sus dueños, que esa ley que aboga por la vida de mujeres puede, en algún momento, tornarse en su contra.
                ¿Y sabéis por qué? No hace falta que yo lo diga.
                Los números son números y la subjetividad en su interpretación es real. Sin embargo, la gran mayoría preferiríamos que 1000 siguiera siendo el número de la pedrea y no de mujeres asesinadas.

sábado, 5 de enero de 2019

BERLÍN: LA CIUDAD DE LA HISTORIA SIN HISTORIA

                Al leer el título puedes pensar varias cosas: demasiado largo, no tiene sentido, es una incongruencia… Pero tiene una explicación. En esta entrada voy a hablar de Berlín, aprovechando el viaje que he realizado en los últimos días. Pero no esperes encontrar un post viajero, con itinerarios, recomendaciones, fotos del viaje posando y cosas así. Eso se lo dejo a los que saben hacerlo o lo creen.
                El título tiene un claro sentido. Después de pasar cuatro días en Berlín, evidentemente no da tiempo a conocer toda la ciudad, ni todos sus museos, parques, bares o pubs característicos. Sin embargo, sí que da tiempo para conocer muchas pinceladas, a darte cuenta de la forma de vida, de ciertas costumbres, da tiempo para probar sus comidas típicas, su forma de celebrar la Navidad (a partir de Nochevieja para ellos pierde importancia y los Reyes no los celebran como en España). Pero por encima de todo ello, hay una cosa que me ha llamado la atención, que me ha cautivado como creo que lo hace a la mayoría de turistas que visitan la ciudad o el país en general: su forma de reponerse ante la destrucción masiva por la que tuvieron que pasar hace entre 70 y 80 años.
                Efectivamente, la Segunda Guerra Mundial, aunque con la Primera ya quedaron resentidos y tocados. Y no voy a entrar en detalles políticos, sino en hechos sociales o civiles, o al menos lo voy a intentar.  Mientras realizábamos el Free Tour por la ciudad (vale, esto lo voy a recomendar), el guía nos preguntó cuál era para nosotros el elemento más característico de la misma a nuestro parecer. Las repuestas fueron las evidentes: para unos la Puerta de Brandemburgo, para otros la Columna de la Victoria, el Museo del Holocausto, la Catedral o cualquier monumento simbólico que a los participantes nos venía a la cabeza. Él nos negó todas ellas. Nos hizo mirar a través de una de las calles principales y más céntricas de Berlín, Unter den Linden, y ahí estaba, entre los edificios, su elemento fundamental: las grúas con las que a día de hoy se sigue levantando la ciudad. Y es aquí donde entra y cobra sentido el título del post.
                Exacto, Berlín es la ciudad de la Historia sin Historia. ¿Por qué? Muy sencillo. Actualmente, Berlín es una ciudad “nueva” pero con una de las mayores barbaridades humanas sobre sus espaldas. Los edificios que componen el centro no tienen Historia, son de reciente construcción. Algunos de ellos no solo por la crudeza del conflicto bélico, sino también por la posterior división entre Alemania Occidental y Oriental. Los edificios alrededor de la Puerta de Brandemburgo son completamente nuevos, con menos de 40 años; el monumento a los judíos de Europa asesinados, uno de sus símbolos y sitio de paso obligatorio, tan solo cuenta con trece años de antigüedad; el bunker donde “valientemente” se suicidó Hitler desapareció y sobre él crearon un pequeño parque-jardín; los edificios que existían y no fueron convertidos en cenizas durante la batalla pueden “presumir” de las cicatrices que las balas y las bombas dejaron a su paso.
                Y es precisamente por todo ello por lo que Berlín, a su vez, es la ciudad de la Historia. Porque en torno a ella se fraguó uno de los mayores genocidios de la Humanidad, porque a escasos kilómetros se abrió el campo de concentración de Sachsenhausen, modelo y ejemplo para los demás campos, no solo de concentración sino para los llamados “de la muerte” (aunque decir que los de concentración no son de la muerte sería mentir). Modelo tanto a nivel organizativo como estructural. Allí se formó a los más de 90.000 militares de las SS, los perros de presa adiestrados para matar judíos. El más “céntrico”, en el que todos los asesinos poderosos querían estar, porque ese campo era el “ojito derecho” del Führer y porque junto a la puerta de entrada se encontraba el “Edificio T”, la central del terror, la inspección de los campos de concentración. Era la central de administración de todo el sistema de campos. Los responsables administrativos establecían las condiciones del confinamiento, coordinaban los trabajos forzados y organizaban los asesinatos en masa.  Y todo junto a Berlín.
                Por ello, Berlín es la ciudad de la Historia sin Historia. Porque sus vecinos tuvieron que ver horrorizados cómo se masacraba a la ciudad entera, dejándola sin fachadas ni paredes, sin libertad y alegría, sin Historia, al mismo tiempo que la Historia se escribía como consecuencia de eso precisamente. Por suerte, los alemanes se pusieron en pie y consiguieron resurgir de sus cenizas, como el Ave Fénix. A día de hoy ese fragmento del pasado tan solo lo utilizan para dar a conocer de dónde pudieron salir, presumir de ello y, como seres civilizados, tratar de no volver a caer en los mismos errores.
                Si te gusta la Historia, Berlín es una ciudad que atrapa. 

viernes, 21 de diciembre de 2018

CUENTO DE NAVIDAD

           El frío había llegado hasta el pequeño pueblo donde vivían y diciembre estaba a punto de empezar. En el colegio, todos los niños y niñas hablaban de lo que iban a hacer durante las vacaciones de Navidad, con quién iban a pasar esos días, a dónde irían… Cada uno tenía unos planes con la familia. Pero había dos niñas que llamaban la atención a los profesores por encima del resto. Una era Elena, una niña a la que le gustaba captar la atención de todos los demás, egoísta y muy, muy habladora. Todo el tiempo presumía de que viajaría a muchos sitios, incluso la noche de fin de año la pasaría en otro país de Europa. A los demás compañeros les llamaba mucho la atención que no se comiera las uvas como los demás, en sus casas. Todos la envidiaban por tener  lo que quería. Además, Elena escribía unas cartas a los Reyes Magos y a Papá Noel muy largas. Pedía todo lo que se le pasaba por la cabeza, todo lo que veía en los catálogos de juguetes y los últimos avances tecnológicos.  Incluso, cuando solo tenía 7 años, los Reyes Magos le trajeron un ordenador portátil. Todos los compañeros y compañeras de clase deseaban ir a jugar con ella. Lo que ella no sabía es que tan solo la querían porque tenía de todo, pero no la querían por su forma de ser. Sin embargo, a Elena no le importaba.
           La otra niña que llamaba la atención de los profesores era María: una niña callada, muy educada, de una familia humilde y que tan solo había podido viajar al pueblo de sus abuelos. 
-          “María, ¿de verdad que nunca has viajado al extranjero?, le preguntó Elena burlándose de ella.
-          “No, todavía no. Pero estoy segura de que algún día podré visitar todos los países que quiero”, respondió María.
-          “Ya…claro”, replicó Elena con tono burlón.
Todos los demás compañeros se rieron de María aunque, en realidad, ninguno de ellos había viajado nunca al extranjero. Solamente se burlaban de María porque querían seguirle la corriente a Elena. María agachaba la cabeza avergonzada. A ella no le gustaba ser el centro de atención y mucho menos cuando era por algo así.
            Una vez que todos habían dicho lo que iban a hacer durante las vacaciones, comenzaron a hablar de lo que iban a escribir ese año a los Reyes.
-          “Yo este año pediré el último modelo de scalextric, el más grande, para que todos podamos ir a mi casa a jugar. Mi madre nos hará una merienda para chuparse los dedos”, decía uno entre risas.
-          “Yo voy a pedir una Tablet para poder entrar en internet todas las noches”, dijo otro.
-          “¿Solo eso? Yo pediré muchas más cosas y estoy segura de que me las van a traer. Además, quiero que este año me traigan el último modelo de teléfono móvil Iphone. Así nos podremos hacer selfies y os las pasaré por whatsapp”, dijo Elena.
Todos los demás compañeros la miraban pasmados, deseando que a ellos les trajeran lo mismo. Sin embargo, María sentía vergüenza porque ni tan siquiera conocía cuál era ese móvil, ni nunca había utilizado una Tablet.
Fueron pasando los días y la emoción de todos aumentaba porque se acercaban las vacaciones. Elena cada día sumaba una cosa a su lista de regalos que iba a pedir. Los demás seguían embobados con ella. María, a la que siempre le había encantado la Navidad, parecía haber perdido la ilusión. “Estoy deseando que lleguen las vacaciones para dejar de oír a todos”, pensó en varias ocasiones. 
Por fin llegó el momento de despedirse hasta después de Navidad. Todos los niños se deseaban Feliz Navidad, reían y saltaban de emoción. Nadie le dijo nada a María, tan solo su señorita, que llevaba tiempo dándose cuenta de que le daban de lado.
-           “María – dijo la seño – estoy segura de que vas a pasar unos días maravillosos y tus papás te van a ayudar a hacer los deberes”.
María comenzó a llorar. “¿Por qué lloras? ¿No te apetece que lleguen las vacaciones?”, preguntó Rosa, que así se llamaba la seño.
-          “Sí, claro que quiero”, decía entre lágrimas. “Pero cuando volvamos, todos mis compañeros van a hablar de los regalos que les han traído los Reyes Magos y Papá Noel y yo siempre soy la que menos regalos tiene. Además, se van a reír de mí”,
La señorita la miró con ternura y, como si de una hija se tratase, le dijo:
-          “María, ¿sabes una cosa? Cuando yo era pequeña, a mi casa solo venían los Reyes Magos y únicamente me dejaban un regalo. Yo era la niña más feliz de todo el colegio”.
-          “¿Con un regalo solo?”
-          “Claro. ¿Y sabes por qué?”
-          “¿Por qué, seño?”
-          “Porque durante todas las vacaciones no me despegaba de mis padres, de mis abuelos y de mi hermano. Jugábamos, hacíamos mazapán, cantábamos villancicos y en las cenas de Nochebuena y Nochevieja nos reíamos un montón. Mis abuelos no paraban de reír porque mi hermano y yo les contábamos chistes. Y para mí, ese era el mejor regalo. Porque los juguetes, los ordenadores o los móviles, con el tiempo, se hacen viejos o dejan de gustarnos cuando nos hacemos mayores, pero los recuerdos son para siempre”.
-          “Muchas gracias, seño. Yo también hago muchas cosas con mi familia, pero no me gusta que se rían de mí”, contestó María.
-          “No te preocupes, que si lo siguen haciendo, haremos lo posible para que dejen de hacerlo”.
-          “Gracias seño. ¿Te puedo dar un abrazo?” - preguntó María.
-          “Claro que sí”.
-          “Feliz Navidad”.
-          “Feliz Navidad para ti también, María. Y recuerda: lo más importante es que disfrutes de tu familia y paséis estos días juntos”.
Aquella Navidad había sido muy especial. Había estado nevando casi todos los días y los niños y niñas jugaron día tras día a hacer muñecos de nieve o a tirarse bolas. El día 6 de enero, cuando amaneció, todas las calles estaban cubiertas por una gruesa capa de nieve. Se preguntaban cómo era posible que los Reyes hubieran podido pasear toda la noche por las calles sin haberse helado de frío. Ese día todos los niños y las niñas lo habían dedicado a jugar y a divertirse con los regalos que tenían bajo el árbol de Navidad.
A la mañana siguiente, nada más llegar al cole, comenzaron a hablar de los regalos que habían tenido, unos más y otros menos, pero todos habían recibido algo. Señal de que se habían portado bien. María, con toda la ilusión del mundo, se puso a hablar delante de todos:
-          “A mí este año me han traído justo lo que pedí: un juego de cocina para poder ayudar a mis padres con las comidas navideñas del año que viene. Durante el año voy a practicar para hacerlo superbién”.
Desde una silla de la clase, apartada del resto del grupo, estaba Elena. Estaba seria, pensativa, enfadada y cabizbaja.
-          “¿Y solo con eso te conformas?”, preguntó Elena a María con tono burlón. Los demás niños se quedaron perplejos, porque la ilusión de María les había encantado.
-          “Sí, no me hace falta nada más”, contestó María con ternura.
-          “¡Jajaja! ¿De verdad te vas a conformar solo con eso? Ya os dije antes de las vacaciones todo lo que iba a pedir. Yo no me conformo solo con eso”, dijo Elena nuevamente.
-          “Entonces, ¿por qué estás tan seria?”, preguntó José Luis.
-          “Porque Papá Noel se olvidó de traerme el nuevo Ipad y los Reyes me trajeron un teléfono móvil que no había pedido, pero no el último modelo, el que yo quería. No entiendo cómo vosotros podéis estar tan tranquilos”.
-          “Elena” – comenzó diciendo María – “yo me conformo solo con eso porque sé que hay muchos niños en el mundo que ni siquiera pueden tener ese juguete. Hay niños que no pueden comer turrones o no pueden hacer una buena cena de Nochebuena y nunca han oído hablar de los teléfonos móviles. Además, lo más importante no son los regalos. Yo prefiero pasar unos días casa de mis abuelos, en su pueblo, cocinando con mi abuela, mientras mi abuelo enciende la chimenea y adornamos la casa. Este año  hicimos galletas de jengibre. Y los demás días los paso con mis padres, cocinando, paseando o viendo una película”.
Todos los compañeros y compañeras miraban a María alucinando por todas la cosas que había hecho. Ahora, a la que tenían envidia de verdad, era a ella. Sin embargo, por Elena sentían un poco de lástima, porque solo le interesaban los regalos.
            María se acordó de las palabras que le había dicho la seño antes de Navidad y siguió hablando:
-          “Además Elena, llegará un día en que ese móvil se romperá o dejará de funcionar y el siguiente que te compres también se estropeará y se hará viejo. Yo prefiero estar con mi familia, porque los juguetes se estropean, pero los recuerdos son para siempre”.
En ese momento, se acercó a Elena y le dijo:
-          “Si tú quieres, esta tarde te vienes a mi casa a jugar y hacemos algún postre o alguna comida especial y si tu madre te deja, puedes cenar en mi casa. Seguro que a mi madre le parece muy buena idea”.
-          “¿De verdad?”, preguntó Elena con entusiasmo.
-          “Claro. Yo solo quiero que nos llevemos bien”.
Desde aquel día, todos aprendieron una gran lección: son más valiosos los recuerdos y el tiempo que pasamos con la familia que todos los juegos y juguetes del mundo.